Por el Padre Horacio Da Silva*
Aasesor de Medios de Comunicación del Arzobispado.
Hermanos:
En estos últimos días de espera, de renovación de la esperanza, de los corazones abiertos y la fe en la segunda venida…
Escuchen lo que os dice el Señor:
«Tú eres mi escondite y mi escudo; en tu palabra he puesto mi esperanza» (Salmo 119, 114).
«Pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán» (Isaías 40, 31).
Por eso, pensar en espera con paciencia, en la esperanza, es la fuerza motora que Dios colocó en el corazón del hombre y que se encargó de mantener encendida en todos los tiempos. Y esto está reflejado en la Biblia, donde la esperanza conforma junto con la fe y el amor los diferentes aspectos de una espiritualidad compleja pero integrada.
Así lo declara San Pablo cuando escribe a la iglesia en Roma y dice: «Todo lo que antes se dijo en las Escrituras, se escribió para nuestra instrucción, para que con constancia y con el consuelo que de ellas recibimos, tengamos esperanza» (Romanos 15,4).
Ya en los albores de la Biblia junto con la catástrofe del Edén se abre el capítulo de la esperanza: allí nace la esperanza en el Mesías, en el Redentor de la raza.
Seguramente, en forma imprecisa se delineó en el corazón de aquella generación la figura del que iba a venir. Pero la esperanza se instaló allí en el corazón de la humanidad.
Y cuando pensamos que ha claudicado, que el último bastión ha caído, emerge triunfante para proclamar que su esperanza todavía está viva. Atribuye tanta importancia a su esperanza que clama para que estas palabras permanezcan en el tiempo:
¡Ojalá alguien escribiera mis palabras y las dejara grabadas en metal!
¡Ojalá alguien con un cincel de hierro las grabara en plomo o en piedra para siempre!
Yo sé que mi Redentor vive, y que Él será mi abogado aquí en la tierra.
Y aunque la piel se me caiga a pedazos, yo, en persona, veré a Dios.
Con mis propios ojos he de verlo, yo mismo y no un extraño.
(Job 19, 23-27 ).
Esta esperanza en el Mesías Redentor va a ser la constante de la Biblia hebrea, pero en alguna forma llega también a los pueblos paganos.
El gran Papa, hoy santo, San Juan Pablo II, expresó en otro momento: «El Adviento es el tiempo de la espera gozosa del Señor, que nos invita a prepararnos para su vuelta gloriosa con la conversión del corazón. Amadísimos jóvenes, enfermos y recién casados, os exhorto a ser vigilantes en este tiempo litúrgico para descubrir mejor, en las diversas circunstancias de la vida, los signos de la presencia de Jesús; a quien lo busca fielmente no dejará de mostrarle el rostro del Padre celestial. Os deseo a todos que seáis como María, mujer del silencio y la escucha, dóciles a la acción del Espíritu Santo. Ojalá que este tiempo de gracia os ayude a ser testigos cada vez más generosos del amor de Dios y mensajeros de su esperanza».
Luego de ilustrar y destacar a esta etapa y a esta época con sus cualidades más intrínsecas, reflexionar acerca de:
Los terrenales que caminamos por el sendero de la esperanza ¿Qué anhelamos?
¿Qué esperamos?
Si se mira más precisamente al país, Argentina ¿Qué es lo que más desean en el interior de sus almas? ¿Saben realmente utilizar este instrumento simbólico y valiosísimo que os da la fe? ¿Dónde depositan su alegrías y tristezas? ¿Tienen realmente claro el significado y la importancia de ese gran valor?
Se ve hoy, a pocas horas de que «la Argentina» ha ganado su tercera Copa Mundial de fútbol, a un pueblo ilusionado antes y contento ahora. Lo vivieron como si el mundo fuera a acabarse. Como si fuera la única salida para ser feliz y tener un poco de alegría. Nadie niega el logro, los méritos del deporte que enseña, compañerismo, solidaridad, entrega, pasión, disciplina.
Pero… Si se piensa razonablemente, ésto no es la «Panacea». Terminó un mes de sueño profundo y la realidad os espera.
¿Será que están cansados de tantas promesas y esta esperanza fue verdadera?
¿Por qué no se juega el gran partido de la vida, donde el sistema gubernamental tenga camisetas representativas con grandes deseos y que se vuelvan acciones; armar un equipo con mucha defensa en la niñez, en la salud, en la educación, en la seguridad, y con un contraataque en la corrupción e inseguridad? ¿El Estado debería armar un equipo realmente consolidado o el pueblo debe convertirse en su propio director técnico?
¿Quién os lleva al abismo, al límite de perder el rumbo y creer que un deporte es la solución? ¿En unos días, cuando se acabe la adrenalina, saldrán como hormigas alborotadas del hormiguero los problemas reales del país? ¿Estarán dispuestos y tendrán que esperar otros largos cuatro años con la esperanza de volver a ganar?
No os engañen, cambien el Norte de la brújula, que ese no es el camino de la esperanza y la fe verdadera.
Después de Navidad, hagan un trabajo introspectivo invocando al Espíritu Santo, que Él con sus siete dones os guiará.
No pierdan las esperanzas; pero depositen en ella verdaderos objetivos, para con ustedes, su familia y el prójimo; y tal vez así vivan realmente la alegría en Cristo Jesús.
Para ustedes pidan: que le sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza Él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos (Efesios 1,18).
Y además: se encaminen en tu verdad, enséñame, Tú eres Dios y mi Salvador; en tí se pone la esperanza todo el día (Salmo 25,5).
Es Palabra de Dios
* Párroco de la localidad
de San Roque.
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