La máquina de fabricar pobres es un caso de éxito. En un país absolutamente presidencialista, los responsables finales de este estado de cosas tienen nombre y apellido: Cristina Fernández de Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández. Imposible compartimentar las culpas.
La felicidad no admite una unidad de medida. Aún en su grado de máxima intensidad es impalpable. Nuestra cultura, en cambio, relaciona el éxito con parámetros mensurables. Exitoso es quien más dinero gana, quien más vende, el que tiene más seguidores, el que obtiene más clics, el que mide, para decirlo en términos televisivos.
El éxito es, para nosotros, algo cuantificable, algo que puede calcularse con números; el fracaso también.
Esta semana que termina expuso con toda crudeza los números de nuestro fracaso. Un rápido repaso de los datos con los que termina el primer trimestre de 2021 debería producir vergüenza en toda nuestra dirigencia.
La pobreza registrada por el Indec trepó al 42 por ciento de la población llevando el número de pobres del 16 al 19 millones. La indigencia, una palabra que define a quienes caen en la extrema pobreza, pasó del 8 por ciento al 10,5 por ciento; lo que supone 4,7 millones de personas chapaleando en la indefensión.
Considerando que estos números están en relación al ingreso de las familias cotejado con la Canasta Básica Total (CBT) que hoy se calcula en 50.854 pesos y que el ingreso promedio de quienes están por debajo de esa línea es de 29.567 pesos es fácil imaginar de qué estamos hablando. Caída aún más profunda dentro de la pobreza misma.
En el Conurbano bonaerense la escala lleva los niveles al 51 por ciento. Allí, al bajón de los ingresos se suman condiciones de vida de una precariedad escandalosa. Nadie parece estar dispuesto a hacerse cargo de esta devastación.
El presente es de un dramatismo inenarrable y el futuro parece incierto. Los chicos están en el peor de los lugares. Entre los menores de 14 años el 57,7 por ciento son pobres. Seis chicos de cada diez.
Los fríos datos estadísticos no alcanzan a reflejar otra condición que no puede medirse con números: el sufrimiento humano que esta realidad representa.
La inflación galopa devorando el poder adquisitivo que para más del 40 por ciento de los que viven en esta situación se dedica casi en exclusividad a la compra de los alimentos.
El Índice de Precios al Consumidor (IPC) siempre incluye en la fatídica mamushka un dato en el que hay que reparar: el aumento del precio de los alimentos. Mes a mes el valor de la canasta alimentaria es superior al incremento general de la variación de los bienes y servicios.
Una cosa es alimentar y otra matar el hambre.
La bajada de planes y ayuda social, de la que se jacta el Gobierno, aplaca el hambre, contiene la desesperación, pero no alcanza para sacar a millones de personas de la tremenda desventaja que supone la malnutrición.
Las políticas de control de precios que se aplicaron sin éxito en las gestiones anteriores (precios máximos, precios cuidados) contienen a duras penas el alza de los productos masivos elaborados. Todos los frescos, los estacionales, las carnes, las verduras, las frutas, los que producimos y proveen los nutrientes de más calidad quedan fuera de control y desde ya del alcance de las mayorías.
El sufrimiento que produce la desigualdad de acceso a la alimentación no puede medirse.
En el Conurbano bonaerense viven 12,5 millones de personas. Allí se registran los niveles más bajos de empleo y ocupación laboral. Solo el 33,7 por ciento trabaja. Una inmensa cantidad de gente concurre a los comedores populares. Ese es el sustento.
2020 terminó con una tasa de desempleo del 11 por ciento. El dato más alto desde 2004. La pérdida de empleos desde que comenzó la pandemia es de alrededor de 900.000 puestos.
Los últimos mejores datos sociales se registraron en septiembre de 2017. De allí en más todos fueron hacia abajo y hacia atrás.
«No fue magia». Las sucesivas, fallidas y perversas políticas aplicadas en la última década nos trajeron hasta aquí. En un país absolutamente presidencialista, los responsables finales de este estado de cosas tienen nombre y apellido: Cristina Fernández de Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández. Imposible compartimentar las culpas. Es tiempo de hacerse cargo.
La máquina de fabricar pobres es un caso de éxito. La pobreza puede medirse para regocijo de los que disponen de una clientela electoral cautiva y desesperada. El año electoral activa los peores reflejos de nuestra clase política. Clientelismo y demagogia.
«Echale la culpa al virus» si querés, pero no alcanza. La pandemia castigó pero las estrategias para mitigar sus efectos medidas en números netos también fracasaron.
Con 56.023 personas muertas hasta este viernes sobre 2.373.153 casos confirmados, cabe preguntarse si el prematuro y prolongado encierro domiciliario que paralizó por meses la economía realmente sirvió para evitar tanto daño.
Otro dato que no aparece es cuántos de los que murieron de Covid-19 llegaron a acceder a la última oportunidad de las terapias intensivas del sistema sanitario que no llegó a colapsar.
Tampoco se sabe porqué los centros de aislamiento pomposamente presentados en el fatídico otoño de 2020 quedaron semi vacíos, al punto de que ni una oferta monetaria los convirtió en un sitio útil después de tanto gasto.
El «Huracán Covid» que ya comenzó a golpear en nuestras playas y que largamente anunciado por los epidemiólogos ahora sobresalta a los que gobiernan.
La curva de casos de crecimiento exponencial de casos de los últimos días encuentra al oficialismo bailando la cumbia electoral en la cubierta de un Titanic escorado y patético.
Sobre 4.163. 858 ampollas aplicadas solo 683.731 personas recibieron la segunda dosis. O sea, disponen de la inmunidad presentada por los laboratorios. El total de vacunas distribuidas es de 5.398.745. Demasiado poco para enfrentar la anunciada adversidad.
«La pandemia no está en el presupuesto», asegura un colaborador directo del Jefe del Ejecutivo. «No hay costo Covid previsionado ni para segunda ni para tercera ola». Seguimos improvisando.
Tampoco hay reserva de confianza ni respeto por la palabra presidencial. Con autosuficiencia y precipitación Alberto Fernández fue destruyendo su capital de confianza.
Solo en lo que va de esta semana tenebrosa ofreció una entrevista a Horacio Verbitsky, abanderado del Vacunatorio VIP y emblema de los «roba vacunas», el hombre que se llevó puesto al Ministro de Salud y demolió la confianza en el comando de la campaña vacunatoria, recibió la bendición de los santos óleos presidenciales justamente en los días de la Pascua de Resurrección.
No conforme con la prestación de este servicio de fregado y lavado de la imagen del periodista en jefe del cristinismo, Alberto Fernández se prestó a una tierna y conmovedosa conversación en Radio 10 con Coco Silly, quién venía de aplicar una feroz patoteada al diputado Fernando Iglesias, a quien amenazó con trompearlo a modo de represalia por sus declaraciones si se lo cruzaba por la calle.
El Presidente se gasta una a una las preciosas monedas de la confianza lavando los pies de los más exaltados en vísperas del Jueves Santo. Un verdadero ritual de celebración para los radicalizados.
El servicio de lavadero express presidencial no alcanzó, al menos por el momento, al diputado Rodolfo Tailhade feroz atacante de Joaquín Morales Solá, a quién calificó de «sicario barato» y «turro decrépito». No hizo falta, el legislador kirchnerista se auto reivindicó: «No pienso pedir disculpas. Es mi estilo, yo soy así». Sábado de Gloria para los odiadores seriales.
«Ayudenme a conseguir vacunas, ya que el mundo los ama», clavó el Jefe de Estado en tren de vapulear a Mauricio Macri. Desafortunada ironía cuando desde distintos sectores se está pidiendo que permitan la negociación directa de los gobernadores con los laboratorios y el Gobierno detenta el control absoluto de la compra de las vacunas.
La respuesta de la oposición no se hizo esperar.
Probablemente nublado por la emoción de escuchar a Dora recién vacunada, el Presidente agregó que conversó con líderes europeos y que le pareció que estuviera hablando con intendentes del Conurbano porque tienen los mismos problemas.
Vuelve a derrapar. La pobreza subsahariana del Conurbano no tiene parangón en ningún país europeo. Puede que Europa tenga problemas con la pandemia y el virus, puede que tengan dificultades para conseguir vacunas pero están lejos de los estándares de marginalidad y extrema vulnerabilidad social y sanitaria con la que millones de argentinos del Conurbano profundo tendrán que enfrentar la segunda ola y la llegada de las nuevas variantes.
Alberto Fernández espera vacunar a todas «las doras y los doros» de la vida, así dijo, en inclusivo básico. Una promesa de cumplimiento incierto cuando han comenzado a dar de baja los turnos acordados para la segunda aplicación de la Sputnik V, un segundo componente que no podría ni debería ser usado como primera dosis para nadie ya que es de diferente composición.
Otra pregunta sin respuesta: ¿qué está pasando con el segundo componente de la vacuna de Putin? ¿No están llegando en cantidad suficiente para llegar a inocular en tiempo y forma a los ya vacunados?
Una cosa es vacunar y otra muy distinta es inmunizar. La estrategia de solo aplicar la primera dosis a más gente es un recurso desesperado que puede, muy especialmente en los adultos mayores, generar una riesgosa falsa sensación de seguridad.
Trabajadores de la salud han comenzado a expresar su preocupación por la decisión de dilatar el plazo de aplicación de la segunda dosis de la Sinopharm. Varios profesionales han comenzado a advertir acerca de la inconveniencia de demorar el segundo pinchazo más allá de los 21 o 28 días sobre los que se indica en los prospectos oficiales de vacuna china. Plazos sobre los cuales se realizaron los estudios de efectividad.
Son varios los profesionales de la salud que se sometieron a estudios serológicos para constatar cuán efectiva es la inmunidad generada por la primera dosis y tras haberles sido comunicado que para la segunda inoculación deberán esperar no menos de 120 días.
El reconocido infectólogo Eduardo López convalidó la preocupación manifestada por el director de la carrera de Odontología de la Universidad del Salvador, Gustavo Di Bella.
López cuestionó la decisión de aplicar una sola dosis y dilatar la segunda aplicación «de una vacuna de la que no se sabe su eficacia científica, de la vacuna de Sinopharm no hay estudios de eficacia con una dosis», aseguró.
La felicidad es un sentimiento íntimo que no puede medirse. Tanto el éxito como el fracaso de las decisiones políticas, no solo se pueden mensurar, sino que están además directamente relacionadas con el bienestar o los padecimientos de la gente.
Por cuarto año consecutivo, Finlandia ocupa el primer lugar en la lista anual basada en datos de la Encuesta Mundial Gallup, seguida de Islandia, Dinamarca, Suiza y los Países Bajos.
La investigación hecha en el contexto de la pandemia concluye que la confianza mutua y la confianza en los gobiernos son factores claves para el bienestar general.
El informe se basa también en los niveles de PBI, esperanza de vida, generosidad, apoyo social, libertad y percepción de la corrupción. Todas cuestiones en las que venimos tan flojos de números como de papeles.
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