Por Noelia Irene Barrios
EL LIBERTADOR
De las incontables tradiciones que enriquecen a la provincia, las relacionadas a la muerte de un ser querido eran y son las más respetadas. Ya sea con el luto riguroso, con el silencio total, con las lloronas y las rezadoras que iban a los velorios contratadas por la familia, o con el llanto desmedido y el toque de campanas en la iglesia para anunciar el dolor de la pérdida. Sobre esto último, un curioso hecho ocurrió hace mucho tiempo en la localidad de San Miguel, colmaron la paciencia del entonces intendente don Miguel Piñeiro, quien dictó una insólita resolución que le prohibía a la gente «llorar a gritos».
Esta anécdota hubiera pasado casi desapercibida de no haber sido porque llamó la atención de don Félix Coluccio, uno de los investigadores del folclore y las costumbres más reconocidos del país. El ilustre personaje, autor de varios libros de reconocimiento internacional en la temática, rescató la resolución del intendente de San Miguel y la plasmó en una de sus obras más celebradas, el Diccionario Folklórico Argentino.
El apartado de la prohibición de don Piñeiro, aparece en la reseña sobre las lloronas, esas mujeres que las familias contrataban para que fueran a llorar en los cementerios y velorios. Según la costumbre, se trataba de viudas que hacían de su propio dolor un oficio y las más reconocidas eran las que más fuerte se lamentaban porque eran capaces de transmitir la sensación de angustia y tristeza a todos los presentes.
Justamente, el hecho de que estas mujeres estaban casi a los gritos y sumado a que también se acostumbraba tocar las campanas de la iglesia para dar cuenta del fallecimiento de un ser querido, es que el Jefe comunal decidió poner límites. Coluccio en su diccionario menciona el hecho así: «Es curioso señalar que en la localidad correntina de San Miguel, el intendente don Miguel Piñeiro teniendo en cuenta que durante los velorios los deudos lloraban en forma muy ostensible, dictó una insólita resolución».
POR EL
BIEN COMÚN
La transcripción de la resolución comienza: «Visto y considerando que en los casos de fallecimiento de personas, los familiares acostumbran a llorar profiriendo gritos (lamentos) y usan las campanas de la iglesia en forma abusiva, y considerando que si bien es humano tal dolor y tradicional la forma de expresarlo, ‘no hay derecho alguno de molestar u ocasionar perjuicios a vecinos sanos y en muchos casos enfermos, puesto que los motivos de referencia pueden ocasionar daños y hasta la misma muerte’…».
Ante semejante fundamentación, el documento establecía: «Por ello, en salvaguarda de la tranquilidad y salud del pueblo, el señor Piñeiro ha prohibido terminantemente llorar o lamentarse a gritos, no obstante que los deudos tendrán como siempre derecho a llorar en forma normal…».
Finalmente, como se trataba de un escrito oficial en el que se establecía una regla de comportamiento para el pueblo, también se dejaba en claro cuál iba a ser la consecuencia de no acatar la directiva. «El artículo 3º de la resolución dispone que ‘las campanas de la iglesia podrán usarse únicamente tres minutos en cada caso de muerte’, y el 4º fija en 50 pesos la multa para los infractores», completa la transcripción de la original y para entonces transgresora resolución correntina.
Siendo humano don Piñeiro, lo que buscaba no era otra cosa que preservar el bien común. En específico, el respeto a las otras familias del pueblo que, si bien acompañaban el duelo de sus vecinos, no tenían por qué tolerar el elevado volumen de sus lamentos. Una normativa que traída a esta época sería en definitiva un simple llamado de atención para evitar ruidos molestos.
Una costumbre de hace mucho tiempo
Las lloronas son personajes que aparecen desde hace mucho tiempo y siempre vinculadas a los velorios. La página Red Funeraria explica que originariamente las mujeres que eran contratadas para llorar a un difunto se llamaban plañideras. «Esta palabra proviene del verbo plañir, es decir, sollozar. Esta tradición se realizaba en los velorios donde había una escasa presencia de personas y tiene sus orígenes en el antiguo Egipto donde sus servicios eran variados: lamentos que podían convertirse en gritos desconsolados, golpes en el pecho, echarse tierra en diversas partes del cuerpo o tirarse los cabellos. Diversas manifestaciones que permitían teatralizar el profundo dolor que conllevaba la pérdida de un familiar», detallan.
«Las lloronas eran contratadas porque se creía que los llantos que emitían limpiaban el alma del difunto de pecados facilitando así su alcance rápido a la gloria eterna. Además estas lloronas servían de posta para que los deudos pudieran atender a quienes iban a la ceremonia de despedida», completaron.
Supersticiones que se respetan
Relacionada a la muerte, el Diccionario Folklórico Argentino enumera algunas de las costumbres y supersticiones más respetadas en algunos lugares del país. Por ejemplo, esas que se nombran cuando un animal la anuncia con un comportamiento extraño, o las acciones que se deben realizar con los difuntos para que descansen en paz.
«Al muerto es necesario ponerle ropa interior nueva para que no se le corte el hilo cuando ande por subir a la gloria. Cuando se sienta un silbido en el oído hay que rezar un credo porque la muerte anda cerca. Es necesario sacarle los tacos al calzado del difunto para que no haga ruido cuando vuelva a visitar su casa. Al muerto hay que hacerlo dar vueltas por su vivienda antes de llevarlo a su sepultura, para que se despida y no vuelva. Durante nueve días debe ponerse agua en su pieza porque de tanto andar vuelve el espíritu con sed a beber. Sus prendas es necesario ponerlas en el cajón para que las lleve o venderlas para que no vuelva por ellas», son algunas de las costumbres que rescata el libro.
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