El ya barrio El Perichón, jurisdicción de la ciudad de Corrientes, cuenta con una flamante comisaría que inauguró el gobernador, Gustavo Valdés, el viernes pasado, en cuyo acto, habló en nombre de los vecinos Mauro Santamaría, quien brindó un enriquecedor discurso al relatar una leyenda guaraní sobre la Ley y la función del Estado, la cual, amerita publicarse en su totalidad.
El reconocido ciudadano de la cultura local, manifestó que «había una vez entre los siglos XVIII y XIX un territorio virgen y hostil llamado Taraguá, al que había que poblar. Los primeros en llegar fueron los Tag, un grupo más bien salvaje, nómada, recolector y cazador cuya vida era desprolija y superficial. También llegaron los Purahé, que fueron un poco más organizados, construyeron viviendas, cultivaron la tierra y si bien eran trabajadores a la vez eran mezquinos y porfiados. Ambos grupos, los Tag y los Purahé se establecieron a orillas del río. Mientras tanto en la loma, en la zona más alta del Taraguá se estableció un anciano de larga y blanca barba que en sus espaldas soportaba el peso de muchas dinastías a quien los Purahé lo llamaban gran Karaí, mientras que los Tag, lo apodaron Karaí tuchá, otras veces Karaí añá, por ahí Karaí Mondá. Este anciano era muy sabio y a veces terco. Cascarrabias a veces, pero muy generoso. Estricto pero justo. Él decía que viviendo en la loma y ver el paisaje desde lo alto podía tener una lectura más exacta de la realidad».
Y siguió Mauro Santamaría contando la leyenda: «La vida entre los Tag y los Purahé era un verdadero infierno, estaban en constantes enfrentamientos verbales y corporales, el Karaí intervenía muchas veces con el fin de aplacar la furia entre los grupos. El gran Karaí insistía con una palabra de tres letras que los Tag y los Purahé hacían oídos sordos. Sólo los niños de ambos grupos escuchaban las palabras del anciano. Este enseñaba a los gurises, con pasión, los números y las letras y el canto y la poesía porque sostenía que había que pensar en el futuro antes que estancarse en las inútiles disputas de los adultos que sólo conducían a demorar la historia. Y de repente un día, en todo el Taraguá, comenzó a llover torrencialmente sin parar. Y siguió lloviendo sin parar una semana, y siguió lloviendo sin parar un mes. El agua implacable comenzó a acechar a los Tag y a los Purahé y estos desesperados y aterrados no supieron qué hacer; al menos los Purahé pudieron guarecerse en los techos de sus casas por un tiempo, pero pronto el torrente tumultuoso sofocó a todos por igual. Los niños corrieron hacia la loma, donde los esperaba con los brazos abiertos el gran Karaí, los mayores que tanto habían despotricado contra el anciano sabio lo miraban como pidiendo perdón. El gran Karaí, el Karaí tuchá, el Karaí añá continuaba esperándolos con los brazos abiertos a todos por igual. Y desde ese día vivieron todos juntos en la loma, y gracias a la convivencia aprendieron que en todos lados hay Purahé pero también hay Tag. Entendieron por fin que las palabras de tres letras que intentaba enseñar el gran Karaí en medio de los altercados entre los grupos significaba: Ley. Y también comprendieron que muchas veces la igualdad es injusta. Entre otras cosas descubrieron casi sin querer que el gran Karaí se llamaba Estado. Y todos, en la necesidad, tomaron conciencia que para convivir necesitaban del Estado, pero por sobre todas las cosas, y de una vez por todas y aunque nunca lo dijeron en voz alta, se dieron cuenta que el Estado siempre y en los peores momentos los cuidó. Hace algunos años a esa loma en donde alguna vez hicieron Patria los Tag, los Purahé y el gran Karaí, la bautizaron: El Perichón».
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