Para los fariseos, Jesús es un transgresor de la Ley.
En el contacto con la gente, Jesús manifiesta su compromiso con los seres más sufrientes. En este extenso relato evangélico de Juan, además de curar a los enfermos y atribulados, desnuda la verdadera identidad farisaica.
Los escribas y fariseos se destacan por su cerrazón a la verdad. El pobre ciego de nacimiento responde a la incalificable reacción de los fariseos con la simplicidad de los pobres y el reconocimiento de la santidad de quien recibió la vista: «Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada» (Juan 9, 31-33).
El mundo se mete en la vida y pensamiento de los más calificados, hasta de algunos religiosos. Aquellos fariseos niegan lo que ven con sus propios ojos. Porque están decididos a oponerse a lo que no encaja con sus rígidas leyes y preceptos. Cristo es un transgresor o «pecador» en su mundo de simulaciones y soberbia.
- La intuición del ciego de nacimiento.
Parece que el mundo está fotografiado aquí. Seres simples que intuyen la verdad, y seres engreídos que luchan contra la verdad, por el hecho de que ellos no son sus protagonistas. ¡Pobres fariseos, aquellos y éstos!
El ciego de nacimiento descubre la santidad de Jesús, de quien recibe la salud. Su primera intuición se convierte en ciencia cierta y reconoce a quien se le manifiesta directamente como el Mesías esperado: «¿Crees en el Hijo del hombre? Él le respondió «¿Quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Tú lo has visto, es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él» (Juan 9, 36-38).
La Cuaresma posibilita recrear la situación de aquel ciego de nacimiento. La predisposición de aquel hombre, tocado por la mano de Jesús, marca una instancia moral de la que parece estar lejos el mundo contemporáneo. Los actuales fariseos se empeñan en oponerse a la presencia de Cristo. No así los seres simples, y conscientes de su necesidad de salvación, que pasan de la religiosidad popular a la fe; del asombro al descubrimiento de su Salvador.
- Los profetas son cruelmente silenciados.
La Iglesia, en sus bautizados, tiene la misión única de causar el encuentro del mundo con Cristo. Lo hace mediante su servicio pastoral y, de modo inseparable, mediante la presencia testimonial de sus santos.
Pierden el tiempo quienes proponen métodos ajenos a la predicación, los sacramentos y el testimonio infaltable de la santidad.
La misión evangelizadora de la Iglesia se encuentra confrontada por el relativismo y la incredulidad. Debe aceptar el desafío haciendo que la misma persecución sea ocasión para compatibilizar el sufrimiento de la cárcel, del exilio y de la misma muerte, con los valores de la libertad y de la armónica convivencia.
Parece que, a la usanza de los emperadores romanos, las actuales autoridades de Nicaragua se empeñan en asfixiar la fe religiosa y el compromiso democrático de sus ciudadanos. ¡Qué triste espectáculo, el de modelos dictatoriales, que han causado verdaderas tragedias en el transcurso de la historia! Se levantan voces proféticas, pero los profetas que las emiten son cruelmente silenciados.
Existen combatientes pacíficos que oran desde sus hogares y sus templos. Dios los atiende y acude en su auxilio, a su manera. Sistemas que aparecían con un poder irrefrenable y omnipotente, siempre acabaron en el fracaso.
Es verdad que la historia es «la maestra de la vida».
- La Iglesia se empeña en que Cristo sea conocido y amado.
La Cuaresma, próxima a concluir, que es tiempo y espacio, está destinada a ser historia. Es preciso que escribamos con prolijidad en sus páginas inmaculadas. Los creyentes, renovados por la Palabra y los sacramentos, son responsables de transmitir la Buena Nueva y mostrarla realizada en sus propias vidas.
La Iglesia, sea comprendida o no, está empeñada en que Cristo sea conocido y amado.
Cuando sus Pastores proclaman el Evangelio, se arriesgan a ser perseguidos, combatidos o muertos. Bien se ha dicho que como no pueden negar el contenido de la carta, pretenden destruir a su cartero. Finalmente emerge la Verdad y son juzgados quienes la combaten. La justicia es reparada, ya que su restaurador es el mismo Dios, y los injustos -si no se arrepienten a tiempo- son identificados y debidamente sancionados.
- Homilía del
domingo 19 de marzo.
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