«No existe otra alternativa, para el desorden generalizado, que la presentación, mediante la predicación, de Jesucristo resucitado: ‘En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación'», manifestó en su homilía de ayer el arzobispo emérito de Corrientes, Domingo Salvador Castagna, en la celebración del Domingo de Pascua de la Resurrección de Jesús.
De la lectura del Evangelio de San Juan, en el capítulo 20, desde el versículo 1 al 9 (Jn 20, 1-9), al centrarse en la expresión «vieron y creyeron», comentó que «el sepulcro abierto y vacío, con los lienzos que amortajaron el Cuerpo exánime de Jesús, allí abandonados, constituyen para Pedro y Juan signos claros de la Resurrección. El mismo Juan lo expresa con muy pocas palabras: ‘Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó’ (Juan 20, 8) y resaltó entonces que «ciertamente hoy es el día más importante del año litúrgico. Celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte, de la gracia sobre el pecado. La Iglesia, en nombre de toda la humanidad, entona el aleluya con ocasión de la Resurrección de Cristo. Es Dios mismo quien ofrece al mundo la salvación. Durante la Semana Santa observamos, compungidos y casi horrorizados, la sangrienta gesta redentora. Pero, nos enternece comprobar que la Cruz es el supremo signo del amor de Dios por la humanidad. Hasta ese extremo somos amados por Dios, cuyo rostro visible es el de Cristo: ‘Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin'», como se lee en el mismo Evangelio Jn 13,1.
LA LOCURA DE
LA PREDICACIÓN
Seguidamente, monseñor Castagna señala que «sería oportuno examinar a quienes componen aquel grupo de fieles, encabezado por Pedro y Juan. María Magdalena está angustiada por la desaparición del cadáver de Jesús y, sin advertirlo, desempeña una misión apostólica irreemplazable en favor de los mismos Apóstoles. Gracias a ella aquellos principales discípulos comprueban, por la fe, que Cristo ha resucitado. Pedro y Juan comunicarán -a los demás Apóstoles- su extraordinaria experiencia de fe».
En ese sentido, instó a descender a «nuestra realidad» y comunicar «la Buena Noticia a un mundo necesitado, y tan desinformado del acontecimiento de gracia. Es la ocasión de renovar la evangelización. No existe otra alternativa, para el desorden generalizado, que la presentación, mediante la predicación, de Jesucristo resucitado: ‘En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación’ (como está escrito en la 1ª carta a los Corintios 1, 21). Es preciso dar, al método de aquella primitiva evangelización, una debida actualización. Para ello contamos con un contenido doctrinal, ricamente formulado en el Catecismo de la Iglesia Católica, por el ministerio de excelentes y santos transmisores».
CRISTO
RESUCITÓ
En consonancia que lo expuesto, el Arzobispo emérito advirtió con énfasis que «la Pascua es una celebración religiosa, no reductible a festividades ajenas a ella, organizadas por el mundo, con ocasión del tiempo libre ofrecido por la Semana Santa. Su influjo en las culturas originales es innegable. La Pascua de Resurrección crea una nueva forma de hacer la historia. Los santos, y quienes se aproximan a ellos, son testigos del valor pascual de la vida humana. Es preciso recuperar su valor original y así disipar las espesas sombras que hoy se le oponen. Estará a cargo de la Iglesia, de su aportación de la Palabra y de los sacramentos. Las celebraciones litúrgicas, que hoy culminan, mantuvieron su epicentro en Cristo. La Eucaristía es Cristo; cuando la Iglesia la celebra, hace presente el Cuerpo, Sangre, alma y divinidad del Señor. Así suscita la fe y la renueva en quienes la mantienen apagada. Pedro y Juan hacen la experiencia de ver y creer. De esa manera, cada cual, desempeñando su propio rol, proclama la Palabra que despierta la fe. Momentos fundacionales aquellos, capaces de marcar la historia de una Iglesia, entonces en pañales, que hoy llega a su edad madura».
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