En Corrientes, «Lobizón» es palabra mayor. El terrorífico perro gigante que deambula por las noches inspira miedo a chicos y grandes. Pariente autóctono del temible hombre lobo europeo, es uno de los seres de la mitología guaraní más conocidos en el país. Abundan los relatos de aquellos que dicen haberse cruzado con él o de haber escuchado de alguien que se transformaba en las noches de luna llena. Sin embargo, en un lugar de la provincia el mito se corporizó en un elemento de la realidad. Se trata de una tumba cuya lápida avisa que allí yace una persona que cargó con la maldición.
En diálogo con EL LIBERTADOR, el docente, historiador, abogado y escritor, Enrique Galiana contó algunos detalles sobre este caso y sobre otros aspectos no tan difundidos del mito del lobizón. «La tumba se encuentra en el cementerio de Mercedes», dijo y agregó que la lápida es la que lleva la advertencia. El bloque está escrito en latín, escritura considerada santa.
«Yo analicé la verdadera versión y así llegué a saber que la persona sepultada en ese lugar fue un periodista a quien acribillaron a balazos. Luego, el relato se magnificó y se dijo que fueron dos lobos los que lo atacaron a él. Pero hasta la Iglesia de Mercedes actuó sobre esa sepultura», relató el especialista y señaló: «Desde entonces hay gente que dice que ve cosas».
ATRACCIÓN
Y RESPETO
Una fotografía del lugar en cuestión, fue compartida por Noelia Rajoy, una guía de turismo de esa ciudad, en su cuenta de Facebook. La imagen muestra a las claras la siguiente inscripción: «Agrónomo Ramón E Goñi Ribe Per latrare canes impavidum ambula et moritur martyre in populo turbidus per homini lupus». La traducción más cercana de la frase en latín sería: «Camina sin miedo entre perros que ladran y muere como mártir entre el pueblo afligido por el hombre lobo».
«Es la única tumba escrita en esa lengua en nuestro cementerio y de las pocas que persisten en la provincia. No tiene fecha, pero en los alrededores las demás tumbas datan de entre 1890 y 1900», agrega la publicación de la joven.
«Muchos adultos recuerdan que en Mercedes había un vecino que era Lobizón y dicen que la maldición sigue hasta el día de hoy. Según la Iglesia cuando alguien que tenía una ‘maldición’ fallecía, era una costumbre antigua que su lápida fuera escrita en latín, considerada una lengua Santa, para así frenar que se esparza…», completó.
Sobre esta práctica, Galiana explicó que la advertencia en la tumba proviene de una antigua tradición. «Es una regla católica al condenado con la maldición se lo debía matar y clavarle un cuchillo o estaca de plata», dijo.
El historiador también mencionó un aspecto poco conocido sobre el tema. Es el que responde a las prácticas que imponía la religión con los séptimos hijos. «Si había siete varones, el último estaba condenado a muerte porque era el Lobizón. Y si eran siete mujeres, la séptima era la bruja, y corría la misma suerte», describió.
«Por lo general, las comadronas eran las que se ocupaban de matarlos para evitar que siga la maldición. No había posibilidad de salvarlos. Muchas veces, las creencias religiosas imponían conductas criminales como esa», finalizó.
Todo mito tiene algo de realidad y viceversa. Mientras tanto, en Mercedes, una tumba sostiene la advertencia sobre quien descansa en ese sepulcro. Si es verdadera o no, la respuesta se mezcla entre los datos históricos y la imaginación popular.
Lo que dice la tradición
La historiadora de la Entidad Binacional Yacyretá, María Silvia Monteros, recopiló la leyenda con el programa educativo Por la senda de los sabios. Así relata que «el séptimo hijo varón del mismo padre y de la misma madre, todos los martes y viernes de luna llena, o, noches muy claras, se transforma en un animal parecido al perro o al cerdo y va por los gallineros comiendo excrementos y por los cementerios, desenterrando restos».
«A este hombre que sufre el maleficio, se le reconoce porque es flaco, alto, de gran palidez y despide un olor desagradable. Suele guardar cama los sábados por el dolor de estómago que le producen las inmundicias que come los viernes», describe.
Advierte también que «el modo de alejar al lobizón es rezar de rodillas un Padre Nuestro o arrojarle agua bendita, un tizón encendido y hacer la señal de la cruz. Si el lobizón pasa por debajo de las piernas de otro hombre, él quedará curado y este otro hombre se convertirá en lobizón, ya que cuentan, que es la manera de llevarse la maldición».
«Se dice también que la séptima hija del mismo padre y de la misma madre, se convierte en bruja y que quedará soltera. Pero que, si es bautizada, se transformará en Hada, pudiendo tener una vida totalmente normal, casarse, tener hijos, y también, en su adolescencia comenzará a manifestarse con una serie de dones», completa.
La normativa que salva de la maldición
La Ley 20.843 de padrinazgo presidencial es una legislación argentina que garantiza el padrinazgo del Presidente de la Nación en funciones al momento del nacimiento del séptimo hijo varón o la séptima hija mujer de una prole del mismo sexo.
Esta Ley tiene sus raíces en la gran inmigración proveniente de Rusia y en la creencia de que el séptimo hijo varón es hombre lobo y la séptima hija mujer bruja.
En la Rusia zarista de Catalina la Grande se otorgaba el padrinazgo imperial, que daba una protección mágica contra estos males y evitaba que los niños fueran abandonados.
En 1907 Enrique Brost y Apolonia Holmann, un matrimonio de alemanes del Volga que se radicó en la Argentina, dio a luz a José Brost, su séptimo hijo varón en Coronel Pringles (Provincia de Buenos Aires). Envían una carta al Presidente José Figueroa Alcorta para que lo apadrinara. Allí comienza la tradición que además le otorga al ahijado una beca asistencial para contribuir con su educación y alimentación.
El 28 de septiembre de 1974, María Estela Martínez de Perón convierte esta tradición en ley.
En Corrientes, según los registros periodísticos encontrados por EL LIBERTADOR, un total de 18 séptimos hijos e hijas recibieron el apadrinamiento oficial de la Presidencia. Todos fueron salvados de ser brujas y lobizones.
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