La comunidad de San Roque realizó ayer una caminata en silencio, desde la terminal de ómnibus hasta el ingreso de la ciudad, para sensibilizar sobre la problemática de las motos que utilizan esta calle como pista de carreras, con los peligros a la vida -propia y ajenas- que supone esta práctica muy común en los jóvenes de los pueblos del Interior.
El párroco Horacio Da Silva de San Roque dialogó con EL LIBERTADOR sobre el propósito de esta iniciativa: reforzar la conciencia vial a partir del mensaje de la Iglesia Católica de cuidar la vida. «Por eso invité a las otras Iglesias locales. No es un problema solamente de la Iglesia Católica, sino de todas y de todo el pueblo sanroqueño», señaló.
RESPONSABILIDAD
El lugar escogido para la marcha es donde se realizan las carreras, de las que participan las motos en muchas ocasiones sin luces y haciendo demostraciones como «la Willy».
También, donde los vecinos caminan, andan en bicicletas y también sus mascotas recorren, con el peligro de que puedan resultar lastimados por la imprudencia de la alta velocidad.
«No es un ataque a nadie. Ni al Intendente, ni al comisario», aclaró Da Silva, y agregó que «es el papá y la mamá los responsables de esta situación. No solo el inspector o la Policía, aunque acá hace falta un Juzgado de Faltas como en Bella Vista».
«A los inspectores, los chicos se le ríen en la cara porque hacen lo que quieren. El comisario hace lo que puede y cuando secuestra la moto, la madre o el padre va y le reta al comisario», contó el párroco, que hace dos años está establecido en la comunidad.
«O va la madre y dice que al hijo le tienen envidia por su don al hacer la Willy», añadió, incrédulo.
«Tal vez sí lo tiene, pero que vaya a un sitio apropiado, con casco, y no un lugar donde hay mucha gente caminando», puntualizó.
PISTA DE LA MUERTE
«Son siempre los mismos. Yo no estoy estigmatizando a las motos porque son un medio de trabajo, pero estas personas son las mismas. Diez o quince jóvenes que hacen esto a propósito», señaló.
«Para mí la culpa la tienen los padres que, en los quince años de la hija, le regalan una moto. ¿Cómo le vas a regalar una moto? Tenés que regalarle algo que sea más productivo», comentó.
«Regalarle una moto, es regalarle la muerte», sentenció, al recordar los casos de accidentes que resultaron en víctimas fatales o con lesiones graves. «¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Vamos a esperar que haya una muerte para reaccionar?», preguntó.
UNIDOS POR UNA CAUSA
Da Silva también reflexionó sobre la necesaria unión de los pueblos para sensibilizar sobre esta problemática que se replica y se naturaliza en cada comunidad. Y señaló que «hace falta movilizarnos y tomar conciencia, sino vamos para cualquier lado».
«Yo soy un ciudadano más, con un trabajo importante como sacerdote, pero que podría mirar para otro lado luego de celebrar la misa, porque ya tengo donde vivir y qué comer», acotó.
«Pero no puede ser que mis hijos espirituales que me fueron confiados, estén pasando momentos difíciles. Tengo que ocuparme de la realidad social donde me confía la Iglesia», concluyó.
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