Por Gabriel Sánchez Zinny
El impacto de la pandemia aceleró transformaciones en todos los ámbitos, así como acentuó las desigualdades existentes en América Latina y el Caribe. Evidentemente, la educación y el trabajo están siendo impactados profundamente, siguiendo cambios que se ven en el mundo, principalmente generados por la exponenciación de las tecnologías, y profundizando otros que se están dando en nuestro país por el deterioro de la calidad educativa y el aumento de la informalidad laboral. En esto se enfoca mi reciente libro Sin trabajo: el empleo en América Latina entre la pobreza, la educación, el cambio tecnológico y la pandemia. Con el cambio de siglo y tras la crisis de 2001, la agenda en la Argentina viro? Hacia el asistencialismo, y la pandemia lo ha potenciado. Existe poco espacio que no este dominado por prejuicios, lugares comunes y políticamente correctos, para hablar de que el empleo es la mejor política social, de la importancia de la cultura del trabajo y los hábitos que ello implica, y el valor del mérito en una sociedad que busca generar igualdad de oportunidad y bienestar.
Si la educación no contribuye a generar trabajo de calidad, cualquiera que sea, en cualquier sector, algo no está funcionando bien. No se trata de que la educación haya perdido importancia, sino que el trabajo tiene que ser el resultado de la educación. La cultura del trabajo no es un eslogan de campaña, una frase que queda bonita. Es en la escuela y en el trabajo donde se materializan los valores, la identidad, la autoestima y las posibilidades de alcanzar los sueños de cada uno.
Existen más de 150 millones de personas en Latinoamérica que se encuentran en la informalidad y millones de jóvenes y adultos que no completaron la escuela secundaria. Los trabajadores inmersos en la economía informal no van a contar con una buena jubilación cuando llegue el momento de retirarse, ni pueden ejercer sus derechos laborales, ni cuentan con licencias por maternidad o por enfermedad, y están muy lejos de contar con algún tipo de cobertura de salud.
La educación es importante y me he enfocado en ella los últimos veinte años, pero no es la única respuesta suficiente para esta enorme cantidad de adultos que tiene muchas menos oportunidades que la otra mitad. La educación formal ya no los alcanza, y la formación y capacitación no ha logrado incluirlos.
Aunque mejoremos el nivel de educación inicial y construyamos los mejores y más equipados jardines de infantes del mundo, esta problemática va a seguir existiendo. Tenemos que continuar mejorando la educación sumando un tema tan trascendental como es el empleo. A su vez, estoy convencido de que el trabajo formal y de calidad es un gran mecanismo educador.
Hablar de educación debe ser sinónimo de hablar de trabajo. Si la educación no contribuye a esta dimensión que dignifica a las personas, es apenas una ilusión. La experiencia laboral debe ser de los objetivos prioritarios del sistema educativo. Durante años discutimos el aumento del enrolamiento, la matricula y la inclusión dentro del sistema. Pero mientras discutíamos estas cuestiones, los contenidos de la educación estaban ausentes. La secundaria, el ultimo y más importante eslabón de la educación formal previo al ingreso al mundo laboral, no cumple efectivamente esa transición. La cantidad de horas de clases no deja lugar a dudas: la promesa de movilidad de la escuela, a la luz de las investigaciones, está siendo incumplida.
La escuela debe ser el ámbito donde los chicos aprendan las habilidades necesarias para defenderse y crecer en un mundo en cambio permanente. Vivimos en una región en la que gran parte de los trabajadores formales de ingresos medios y altos proviene de la educación privada, mientras existen millones de adultos fuera de la escuela y de la cultura del trabajo. Generar trabajo implica generar oportunidades. No basta con la mejora de los sistemas educativos si no existen oportunidades de trabajo a las cuales postular. Dejemos de pensar a la educación de forma aislada de lo que sucede en el mercado de trabajo. Este libro propone ir más allá de nuestros propios limites, para pensar ya no en la falta de educación como un problema en sí mismo, sino en la sociedad que viene y las oportunidades que estamos dispuestos a darle a esa mitad de latinoamericanos que hoy carecen de trabajos formales y de calidad. Es hora de poner el foco en el trabajo y su cultura. Muchos países en otras regiones lo están haciendo desde hace años. No nos queda mucho tiempo. Se juega nuestro destino ¿Seguiremos repitiendo nuestros fracasos y engañándonos con una promesa incumplida e incumplible?
Publicado en La Nación
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