Ayer se cumplieron 174 años de la muerte del General José Francisco de San Martín, el correntino que llegó a ser uno de los héroes más grandes de la historia sudamericana. Alrededor de su figura se tejieron muchas historias y sus anécdotas rayan las leyendas. De todo, uno de los aspectos más llamativos era la dieta de este hombre extraordinario que, sin embargo, era más sencilla de lo que se podría pensar y constituye otro ejemplo de la humildad y sencillez del Padre de la Patria.
Para empezar, una sorpresa, el General no tomaba mate. Sin embargo, tenía una estrategia para que sus soldados no se ofendieran por esto. Al respecto, los Granaderos Bicentenarios contaron en una publicación de su página oficial de Facebook: «No le gustaba el mate. Pero era un apasionado del café. Y como era muy ‘pillo’, conocedor íntimo del alma del soldado, para no ‘desairar’ a sus muchachos, tomaba café con mate y bombilla».
San Martín era sobrio con las comidas. Dicen que su preferida era el asado por su facilidad para comerse en cualquier lugar sin necesidad de muchos utensilios. De hecho, la anécdota es que sólo usaba un cuchillo para ingerirlo. «Solía morder un pedazo de carne, y como los paisanos, cortaba el sobrante con un cuchillo afilado. ¡Había quienes se maravillaban que no se cortara la nariz!», agregan en la publicación.
Con eso, había dos gustos que sí o sí debía darse. El primero era una copa de vino. En los registros se lo presenta como un gran conocedor de esta bebida y la anécdota dice que podía adivinar cada uno con sólo saborearlo y sus preferidos eran los de España, de los que sabía hasta la geografía de los viñedos donde se producían.
El otro gusto del que no podía privarse era el comer algún dulce después sus comidas. Y, aunque parezca algo insólito por la época, el General disfrutaba de tomar helados. Daniel Balmaceda, autor del libro La comida en la historia argentina, reveló que el prócer adquirió ese gusto durante su infancia en España donde los persas habían llevado el secreto para conservar el hielo y convertirlo en el postre dulce.
«Gracias al historiador mendocino Damián Hudson, que era niño cuando el Libertador preparaba el cruce de Los Andes, sabemos que en las tardes San Martín y Remedios de Escalada salían a pasear por la Alameda de la ciudad con el matrimonio de Toribio Luzuriaga y Josefa Cavenago (ambos caballeros tenían casi la misma edad y eran 20 años mayores que las damas). Luego de dar algunas vueltas, se sentaban a tomar café o helado, según la estación», relató el autor.
Hay quienes piensan que por ser el gran General, San Martín se daba banquetes, pero sus gustos culinarios demuestraron otra vez su sencilla grandeza.
El dorado a la
San Martín, la receta que
«inventó» a las apuradas
Otra de las tantas anécdotas del General lo pone como el inventor de una receta casi por casualidad. La rescató Juana Manuela Gorriti en su libro La Cocina Ecléctica y según relató, fue por su costumbre de andar siempre a las apuradas.
«Diz que allá, cuando este héroe, en su gloriosa odisea, cabalgaba por los pagos vecinos al Pasage (sic), un día, al salir de Metán, pronto a partir, y ya con el pie en el estribo, rehusaba el almuerzo que, servido, le presentaban. Llegó un pescador trayéndole el obsequio de un hermoso dorado; tan hermoso, que el adusto guerrero le dio una sonrisa», contó la autora.
Al verlo sonreír las demás personas que estaban presentes comenzaron a ofrecerle más alimentos antes de su partida. «Huevos, carne fría en picadillo, aceitunas y nueces», enumeró. Y al no poder resistirse, el General ordenó a sus dos asistentes: «¡Al vientre del pescado todas esas excelentes cosas, y en marcha! Dijo y partió al galope».
«Escamado, abierto, vacío y limpio en un amén el hermoso dorado, fue relleno con el picadillo, los huevos duros en rebanadas, las aceitunas y las nueces peladas y molidas. Cerrado el vientre con una costura, envuelto en un blanquísimo mantel, fue entregado a los dos asistentes, que a carrera tendida partieron, y adelantando al general, llegaron a la siguiente etapa, donde el famoso dorado fue puesto al horno, y asado, y calentito lo aguardaban para serle servido en la comida. En su sobriedad, San Martín quiso que esta se limitara al pescado y su relleno», completa y así nació, el dorado a la San Martín.
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