Hay que dejar que decante para que las aguas turbias se aclaren o muestren, en definitiva, que está contaminada, dicen los que saben. Luego de atravesar un cimbronazo electoral hace unos pocos meses, el Gobierno nacional parece tener la batalla más dura, puertas adentro. Sabido es que las relaciones entre el Jefe de Estado y la líder del kirchnerismo, que lo ungió como candidato estratégico allá por el 2019, no son las mejores por estas horas. Las negociaciones con el FMI lucen como la punta de lanza de esa contienda. La incertidumbre en el plano económico agobia a propios y extraños. Todos sabemos que un Estado asistencialista al 100 por ciento no es viable en ningún escenario posible. La discusión por la derecha, la izquierda o el centro, terminan recalando en la preocupación de toda una sociedad que ya no tiene margen de espera. Incluso se lo nota muy silencioso al líder de la «ancha avenida del medio», que venía a sellar la grieta. Con la renuncia del heredero de Néstor a la conducción del bloque oficialista, Cristina parece haberle sacado la galera, la varita y hasta la paloma a los laderos de Alberto que ahora no saben a qué truco recurrir para contener los frentes de tormenta que se avecinan puertas adentro del Gobierno nacional. Todo está tan revuelto, que hasta los tomadores de la deuda «eterna» salen a darle consejos al Presidente en estas horas críticas, aunque dejando en claro que no se vislumbra una salida a la crisis económica. La «esperanza» está puesta en el 2023, y los gobernadores opositores miran de reojo a ver qué sillón le toca. Es increíble: el presidenciable Jefe de Gobierno porteño es quien más insiste en la falta de rumbo. Pareciera que el rol de jefe de la oposición le queda muy cómodo, aún sabiendo que estuvo en la mesa chica de Mauricio en la toma de decisiones claves y muy cuestionadas por la sociedad, hasta el punto de hacer «rentable» el regreso de un gobierno que tenía el rótulo de NO VUELVEN MÁS… Alberto se ve débil. Tiene los ojos vendados y las manos atadas. Y los «lazarillos» que lo conducen a tientas parece que eligieron el camino que termina en el precipicio de la próxima contienda electoral. Los ciclos en la Argentina son, evidentemente, muy viciosos: la derecha «endeudadora» y la izquierda «liberadora», se creen en tales roles y tiran de la misma cuerda, cuando en realidad, hacen lo mismo que critican y sea del lado que sea que se corte, causan problemas. En el fondo, el ex intendente de Tigre, aparece borroso, muy desdibujado. El trípode armado para estas contingencias no funciona. Tanta es la incertidumbre que ya nos olvidamos de la autocrítica del FMI, que calificó como un desacierto estratégico la toma de deuda de Macri. Somos tan predecibles que los que se robaron el perro, ahora reclaman la correa y se prueban el saco que lucieron en el sillón de Rivadavia. La sensación es de incertidumbre. Máximo renunció y los ecos del portazo no dejan de retumbar. Cristina quiere aleccionar a Alberto, pero la onda expansiva podría llevarla puesta. La vaca, hace rato que dejó de estar atada. El pueblo clama por un poco de sensatez, lejos de los libertarios pistoleros, de los mesiánicos salvadores y de los impetuosos improvisados que ya están imprimiendo afiches para el turno que viene. En fin. La galera, la varita y la paloma se las tomaron de la Casa Rosada. Hasta ellos se dieron cuenta que este «granero del mundo» debe recuperar su memoria productiva. Hasta que eso ocurra, tiene todo el aspecto de una triste tierra arrasada.
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