Por Diego Cabot *
Los libros definen a la «política de Estado» como un conjunto de acciones que forman parte de las estrategias centrales de un país. Después de años de acefalía en ese podio, la Argentina ha consagrado una como central, definitiva y excluyente: la suba progresiva de impuestos. No existe en el país ninguna decisión que se haya mantenido por tantos años, y que pese a las coyunturas, mantenga su rumbo firme.
Existió, si se quiere, una chicana en medio de la recta ascendente durante la administración de Mauricio Macri donde se pensó que podría empalmarse hacia el camino inverso. Pero no hubo caso: con la foto de los 23 gobernadores más el presidente, Alberto Fernández, se borrará el último atisbo y el camino definitivo será nuevamente el ascendente.
La sociedad mira sorprendida; votantes y no votantes del oficialismo podrían coincidir en que semejante carga impositiva como la clase dirigente le ha impuesto a sus representados asfixia muchas actividades. Pero no importa demasiado, pasan las elecciones y luz verde para mantener el rumbo de la única política de Estado argentina que se mantiene a largo plazo.
Hubiese sido interesante sacar una foto de espalda a los 23 gobernadores más un Presidente cuando anunciaron el Consenso Fiscal 2022 en el Patio de las Palmeras de la Casa Rosada. Seguramente se hubiese visto reír a carcajadas a los bolsillos distritales de la política argentina. No es la mejor la simbología de esa imagen. A unos pocos kilómetros de la toma, seguramente, reposaban 22 jets ejecutivos y dos helicópteros. Así viajan los encargados de mantener el rumbo fiscal del país. Todo ese movimiento se financia con impuestos.
Esta política de Estado esconde otra: la consagración de los cínicos. El Estado y sus lugartenientes de las últimas décadas conocen perfectamente la avaricia del Fisco. No pueden ignorarlo ya que es su propia criatura la que opera. Las administraciones públicas, en cualquiera de los tres niveles, nacional, provincial o municipal, son principalísimas evasoras en la Argentina. Contratan «empleados» de a millones, los mimetizan como monotributistas o los pasan a través de universidades para eludir impuestos. En el planeta de los cínicos, las casas de estudios elaboran trabajos académicos sobre la necesidad de impuestos progresivos y los largan por una puerta. Por la otra, por la de al lado, prestan su nombre para que los estados no paguen impuestos.
En ese mundo, los recibos de sueldo están atiborrados de conceptos no remunerativos, una manera, que abandonó la sutileza hace tiempo, de no tributar con tal de que el empleado tenga la sonrisa más grande a fin de mes.
El Gobierno mira el monotributo con ojos de empleador evasor. Por eso no sube las escalas más altas con ritmo similar al de la inflación. Es posible que 3,2 millones de pesos sea un buen tope para sus empleados disimulados que no tienen gastos, pero ese monto, para un profesional que camina la calle, alquila una oficina, un consultorio o un local, y que además paga sus impuestos y sus servicios es demasiado poco. Pero no hay sensibilidad con el que se gana el dinero a diario en el sector privado.
En el planeta de los cínicos tampoco se compadecen de la porción de los empleados en relación de dependencia que están por encima del mínimo no imponible de ganancias. Ese desdichado, si es alcanzado por las categorías más altas de Ganancias, ve estampado en su recibo de sueldo 100 pesos y recibe en su mano, en promedio, 50. Esa mitad se va entre ese impuesto y los aportes previsionales. Eso no es todo. Por cada empleador que logra poner 100 pesos en el recibo de sueldo de su dependiente pues habrá tenido un costo laboral de alrededor de 150 pesos. Dos tercios queda en manos del Estado.
En el planeta de los cínicos, además, consagran la invitación silenciosa a la evasión como forma de subsistencia. Es demasiado rentable eludir algún impuesto. Miles de comercios incentivan el pago en efectivo y otros tanto, en el Interior, sobre todo, esgrimen una sentencia inapelable: «No me anda el posnet». La política lo sabe, pero no le hace mella, lo permite, lo practica y lo incentiva.
Mientras, la Afip caza en el zoológico. Los que están en la jaula son expoliados. Los que caminan por afuera retozan en la pradera de la vida libre. La recaudación impositiva sube por la sedimentación de impuestos que lleva décadas y por la inflación, que actualiza inmediatamente su recaudación. Todos los asalariados, menos la Afip, corren de atrás a la suba de precios; el organismo, lo emparda y hasta lo adelanta.
El capítulo actual es el impuesto a la herencia. Sepa el lector que no será el último. Y más allá de la conveniencia o no, de la oportunidad o de la legitimidad, lo que genera es la sensación de que la clase dirigente es insaciable.
De regreso aquella foto de 23 más uno. La Argentina no tiene políticas de Estado en materias como seguridad, salud o educación. No pudo hacer por la pobreza más que subsidiarla o armar una mesa contra el hambre ocupada por sonrisas de dientes blancos y barrigas llenas.
Los 24 más uno no se pueden poner de acuerdo sobre cosas básicas como la necesidad de la alternancia en el poder o la conveniencia de una boleta única para eliminar el tufillo a fraude. No pueden estampar una rúbrica conjunta para absolutamente nada que tenga que ver con los problemas centrales de una Argentina que expulsa talentos, jóvenes y ahora, patrimonios.
Pero sí pueden formar en ronda y posar orgullosos para subir impuestos y consagrar la única política pública consistente de las últimas décadas. Firman y regresan en jets, con los bolsillos sonrientes. Saben que, además, contribuyen a ratificar la imperante sociedad de los cínicos.
*Publicado en La Nación
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