Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
San Juan, el Bautista y precursor.
El Precursor de Jesús, Juan Bautista, asume un rol protagónico durante el Adviento. El testimonio de su vida ascética y profética atrae verdaderas multitudes. Su predicación posee una tonalidad de exigentes reclamos de conversión.
Un pueblo, aunque forjado tradicionalmente en la religiosidad de los Patriarcas y Profetas, alberga también simuladores: «Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: Raza de víboras, ¿Quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión…». (Mateo 3, 7-8).
Su palabra, que es la «voz de la Palabra», exhibe una frontalidad y severidad impresionantes.
De esa manera, «prepara los caminos del Señor» y sacude las conciencias de sus oyentes. Cuando aparezca Jesús, sus convocados a la penitencia estarán debidamente preparados.
Existe continuidad entre la palabra de Juan y la de Jesús. El Señor se mezclará con los penitentes, ante la mirada consternada del austerísimo Juan.
- Juan, modelo de humildad.
Para que Cristo sea anunciado, y celebrado hoy y aquí, se debe prestar atención a la vida virtuosa del Bautista.
Es un modelo cercano, ponderado por el mismo Jesús, y logrado en la humildad. Virtud que le ofrece la mejor oportunidad para reconocer la presencia de Cristo, y aplicar su conocimiento a la necesidad de penitencia del pueblo.
Hundido en las aguas del Jordán reconoce humildemente no ser digno, conformándose con ser «la voz que clama en el desierto».
En esa actitud lo sorprende la presencia del humildísimo Mesías.
Es Jesús -la misma pureza y santidad- que se mezcla entre los que se reconocen pecadores, quien se presenta para ser bautizado. Obviamente Juan se resiste. La humildad lo conduce finalmente a la obediencia.
Sus declaraciones son ejemplares, dirigidas a un pueblo que se pregunta si es el Mesías: «Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: Yo no soy el Mesías». (Juan 1, 20) «…Aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias» (Mateo 3, 11).
Juan es un profeta inspirado a quien todos escuchan, incluso quienes son directamente denunciados por él, como Herodes. Sin humildad hubiera cedido fácilmente a la confusión del pueblo. Los personalismos tientan a los mejor pintados. Siempre van al fracaso.
- Una escuela de humildad y de verdad.
El Adviento de Juan se constituye en una escuela de humildad y, por lo mismo, de verdad. Es quien ha aceptado el humilde puesto que le ha asignado Dios. No es la Palabra, es la voz que permite escuchar y recibir la Palabra. Es la expresión poética utilizada magistralmente por San Agustín.
Escuché de labios de un teólogo y biblista, Padre Durrwell, alentado por la contemplación teológica del Misterio del Verbo encarnado: «Vea usted, para ser teólogo hay que ser poeta». Yo añadiría que los mejores teólogos son los Santos, capaces de formular con sus vidas el Misterio de Dios.
Juan pasa de la contemplación de Dios a la predicación del Misterio contemplado y de sus exigencias morales. No tanto su ascetismo extraordinario, cuanto su fidelidad a la Palabra, Cristo. De Él sería su exacta resonancia.
De su mano podemos recorrer este Adviento y llegar a ser aventajados aprendices de esa inefable Verdad.
Juan Bautista se constituye en asistente de cátedra del divino Maestro. Para ello no se necesitan excepcionales dotes intelectuales. Basta ser humildes como Juan, y ocupar nuestro sitio de intermediarios entre Jesús y el mundo.
Suena a fantasía pero, alguna vez, tendremos que decidirnos a ser voz de la Palabra. O como decía el padre Durrwell: «Ser poetas para ser teólogos» y, así, ser auténticos transmisores del conocimiento de Dios.
- El Bautismo que Jesús instituye.
Juan bautiza mediante un rito penitencial, que él mismo califica de provisorio, y que será superado por Jesús: «Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego» (Mateo 3, 11).
Hemos sido bautizados con el rito trinitario que Jesús resucitado instituye el día de la Ascensión: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…» (Mateo 28, 18-19). Gracias a él hemos recibido la gracia de la Redención; fuimos perdonados e iniciamos una Vida nueva, como hijos del Padre y hermanos de Cristo y de todos los redimidos por Él.
¡Gran oportunidad, la de este nuevo Adviento, para reactivar nuestra vida bautismal!
* Homilía del
domingo 4 de diciembre.
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