«Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida:
esos son los imprescindibles».
Bertolt Brecht, poeta y artista alemán.
El último sábado, en la noche de este invierno triste, Araceli Méndez exhaló su último suspiro a los 82 años, despidiéndose del mundo material para ingresar a ese otro mundo que sabe inspirar a los que siguen luchando por la justicia, por los sumergidos, por los olvidados; que es la forma irrenunciable de luchar por la vida.
Los caminos y las modalidades de esa lucha pueden ser varios y siempre estarán sujetos a polémicas y debates. Pero aún muchos de sus más acérrimos adversarios en las lides políticas, se rinden ante la evidencia del ejemplo de esa mujer que nunca renunció a sus banderas, aunque tuviese, más de una vez, que arremeter contra molinos de viento.
Sólo el destino supo barruntar que aquella niña nacida un 16 de junio de 1942 en Goya, se convertiría a lo largo del tiempo en una suerte de Pasionaria correntina.
Aprendió a ser madre tal vez mirando a su propia madre, «Lula» (¡vaya apelativo, similar a la de un líder político popular que llegó a Presidente del Brasil!). Su compromiso político, es posible que haya surgido imitando los gestos de su padre Víctor, profesor y director de escuela, hombre fuerte del Partido Autonomista goyano.
Araceli realizó sus estudios superiores en la Universidad Nacional del Nordeste, donde egresó de la Facultad de Derecho con su título de abogada. En el camino, conoció y se casó con su compañero de toda la vida, Eduardo «Ungué» Ferreyra.
Ambos asumieron su compromiso ante los trabajadores y el pueblo militando en el Partido Comunista en una primera etapa, y luego sumándose a las huestes peronistas de la mano de Néstor y Cristina Kirchner. Fue una de las primeras diputadas nacionales que se embanderó detrás de aquel otro gran líder político que vino desde la Patagonia.
Pero cualquiera fuera el puesto o lugar donde la suerte la pusiera, allí estaba Araceli poniendo la voz y el cuerpo en defensa de los más perjudicados de la escala social.
¡Qué tristes se han puesto con tu partida, Araceli, los explotados, los oprimidos, los marginados! Pero al mismo tiempo les dejarás tu ejemplo, la luz con que iluminabas el sendero de la lucha por la justicia social.
Ahora descansa en paz, Araceli, sabiendo que nada fue en vano. Todo lo que hiciste tuvo un sentido. Otras manos tomarán tu antorcha en la carrera interminable por un mundo mejor.
Por Luis Alarcón.

