Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
Siempre el lenguaje de las parábolas.
Volvemos al lenguaje de las parábolas con las mismas palabras del Señor: «Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta» (Mateo 13, 34-35).
En la selección de los textos, para proclamarlos en esta liturgia dominical, Jesús expone tres de ellas, igualmente importantes para que sus oyentes comprendan la naturaleza misteriosa del Reino de los Cielos. La de la cizaña, que luego explica en privado a sus más cercanos discípulos; la del grano de mostaza y la de la levadura. Su explicación es tan exhaustiva que no requiere nuestros comentarios. No obstante, ofrecen la ocasión de una práctica virtuosa de enorme importancia.
En las presentadas hoy predomina la idea de que la auténtica grandeza radica en la pequeñez y el silencio. Dios obra en la intimidad de cada corazón que se rinde a su voluntad. Para obedecerlo se exige renunciar a todo tipo de autorreferencia.
- La cizaña y el trigo.
Existe el mal, representado por la cizaña. Una semilla administrada siniestramente por el enemigo de Dios y del hombre. Aprovecha la fecundidad del campo, donde está germinando el bien, para destruirlo. Quienes lo cuidan, y cultivan trabajosamente, advierten la presencia de la mala semilla, mezclada en la noche del pecado, desde una silenciosa maniobra del demonio.
Son los términos que emplea Jesús al explicar el significado de la parábola.
No es prudente arrancarla ahora, por el peligro de eliminar con ella la buena semilla: «No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntas hasta la cosecha y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla y luego recojan el trigo en mi granero» (Mateo 13, 29-30).
El mundo es el campo donde crecen el bien y el mal.
Es innegable esa realidad tironeada por el mal y reclamada por el bien. Afecta a cada corazón humano; se anticipa la cosecha, en virtud de las decisiones que adoptan los hombres y mujeres de nuestro mundo. Como aquellos empleados, también cada uno de nosotros comprobamos a diario ese escalofriante combate entre el bien y el mal.
- Amar el bien y evitar el mal.
En nuestro lenguaje corriente expresamos qué es el bien y qué es el mal. La conciencia se erige en un insobornable testigo de las opciones por el bien o por el mal que adopte cada cual.
El panorama de la moralidad actual causa un gran desconcierto y escalofrío. Se ha producido un retroceso con respecto a otros momentos de la historia humana.
Es muy sabia la consideración del Magisterio del Concilio Vaticano II: «En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal…» (Gaudium et Spes-16).
Las orientaciones educativas no contribuyen a la formación de la conciencia para que las personas opten por el bien y eviten el mal. Más bien, existe una confabulación siniestra para promover el mal y desestimar el bien. Basta ver y escuchar a quienes se han convertido en mentores de la cultura y de la ética. La guerra entre el bien y el mal está en su peor momento.
- La sabiduría del humilde lenguaje de las parábolas.
Los criterios emanados del Evangelio distan de los del mundo. El mal aparenta cierto éxito, abriéndose paso entre las expresiones más destacadas de nuestra sociedad. El Evangelio, y sus ministros, no poseen más recurso que la gracia y el poder de la Palabra. Son los pobres, de quienes es el Reino de los Cielos. Corremos el riesgo de sucumbir ante el engaño diabólico que siempre promete, embaucando a los más desprevenidos. Con el lenguaje de las parábolas Jesús advierte a sus discípulos de las diversas trampas armadas por el mundo, para promover el error y confundir a mucha gente. El grano ínfimo de mostaza, y la levadura en la masa, despejan el camino al descubrimiento de la verdad. Es preciso abajarse o empequeñecerse para entender la Palabra de Dios, que expone el bien y denuncia el mal.
* Homilía del
domingo 23 de julio
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