La Conferencia Episcopal de Santo Domingo (1992) ahonda el concepto de «cultura cristiana». No la entiende como la intromisión indebida de la religión en la política, o en una especie de complicada teocracia.
- El milagro y el don de la fe.
Jesús apoya con milagros su predicación. No obstante, el milagro no basta para que el don de la fe produzca el efecto deseado.
Jairo -uno de los jefes de la Sinagoga-, porque cree en Jesús logra recuperar a su hija con vida. Lo mismo aquella mujer, aquejada de una rebelde hemorragia que la volvió pobre y agravó su enfermedad.
El texto correspondiente es claro: «Jesús le dijo: ‘Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad'» (Marcos 5, 34). La resurrección de la hija adolescente de Jairo aporta una nueva significación al hecho: «No temas, basta que creas» (Ibídem 5, 36). El milagro confirma el valor principal de la fe, no la sustituye.
Quienes no creen, no se atreverán a negar el hecho inexplicable, pero, se empeñarán en excluir toda expresión que lo relacione con Dios y, concretamente, con la persona de Cristo.
- La fe da sentido a la vida.
La base de todo mal contemporáneo es la falta de fe en Dios.
Sin ese Ser supremo, la creación es un sinsentido que, en los seres racionales, causa una soledad existencial que desemboca en peligrosas depresiones.
Me refiero a una fe viva, capaz de orientar la vida. Se anticipa a todo proyecto personal y social.
Lamentablemente muchos de los calificados «no creyentes», confunden ciertas deformaciones de la «religión» formal con la imagen auténtica del Dios, revelado en Cristo, que ciertamente interesa, desde el silencio, al desasosegado corazón humano. Como consecuencia, llegan a descartarlo y prescindir de su necesidad.
Es así que muchos de ellos enfrentan erróneamente los enigmas ineludibles de su nacimiento y muerte.
Cristo, Dios hecho hombre, resuelve dichos enigmas y capacita a sus seguidores -porque creen en Él- para que lo logren como corresponde.
Una conocida médica y política argentina -la doctora Alicia Moreau de Justo- llegó a definir el nacimiento y la muerte como hechos meramente «biológicos». La vida humana no es un absurdo sarteano -me refiero al filósofo Jean Paul Sarte-, que acuñó una dramática frase: «El hombre está condenado a ser libre». La negación teórica y práctica de Dios se opone al pensamiento cristiano del Apóstol Pablo: «Para ser libres nos liberó Cristo» (Gálatas 5, 1).
- ¿Condenado o convocado a ser libre?
A la luz del pensamiento paulino, el hombre no está «condenado» a ser libre, sino «convocado», por su Creador, «a ejercer su libertad -ya redimida- por y para el amor».
La fe, por parte de Dios, es una propuesta de amor al hombre, y, por parte del hombre, es una respuesta de amor a Dios. De esa única manera, toda persona humana cumple su vocación existencial. ¡Qué poco se piensa en esta verdad!
Existe un difundido estado de frivolidad, montado sobre numerosas expresiones contemporáneas, designadas como «culturales». Nadie parece hablar de lo que es necesario, para entretenerse en lo que no lo es, produciéndose así una pérdida irreparable del tiempo de la vida.
Cristo “elevado sobre la tierra” todo lo atrae hacia Él y hacia su Padre. Es misión de la Iglesia crear conciencia de esa atracción y presentarla como perspectiva de vida.
- La vida cristiana: fermento evangelizador de la sociedad.
El mundo necesita que los cristianos sean su fermento saludable y contribuyan a enfocar sus acontecimientos históricos bajo la lumbre de la Vida nueva que Cristo genera para todos.
Se lo logra viviendo el misterio de la fe y ofreciendo -por la acción del Espíritu- el obsequio de la propia libertad. Trasciende los objetivos de una misión evangelizadora bien organizada.
El fermento se mezcla con la masa, le da consistencia e identidad.
La Conferencia Episcopal de Santo Domingo (1992) ahonda el concepto de «cultura cristiana». No la entiende como la intromisión indebida de la religión en la política, o en una especie de complicada teocracia. El cristianismo no es una ideología, ni se agota en un espacio político. Es la vida misma de quienes se adhieren, por la fe, al Misterio cristiano. Las personas son quienes se constituyen en portadoras de los valores cristianos.
* Homilía del domingo
27 de junio.