Por Sergio Berensztein
Apunto de entrar en la zona de definiciones críticas, las principales coaliciones que conforman el sistema político argentino están envueltas en un entorno incierto y en dinámicas endógenas (el famoso «internismo») que desplazan las miradas integradoras e ignoran o ponen en segundo plano las demandas de la ciudadanía. El proceso electoral tiende a profundizar, al menos hasta ahora, el notable hiato que existe entre las prioridades y los debates de la política y las demandas de la sociedad.
La última edición del Monitor de Humor Social de D’Alessio Irol-Berensztein brinda una mínima luz de esperanza para el oficialismo. Un segmento del electorado que en 2019 había votado al Frente de Todos y dos años más tarde le dio la espalda, decepcionado sobre todo por la alta inflación y la caída de sus ingresos, estaría reconsiderando sus preferencias. Sin embargo, se trata de una mejora exigua que expone el dilema del Gobierno: evitar el descalabro macroeconómico no alcanza para mejorar sus chances electorales.
Todo se complica por la ausencia de candidatos atractivos que aporten los votos que dilapidó una gestión sin logros ni rumbo, con un Presidente muy desacreditado y sin fundamentos para su ilusión de convertirse en burócrata internacional. Por eso, decidió quemar sus magras naves embistiendo contra la Corte y amenazando con usar un DNU para modificar la composición del Consejo de la Magistratura, una «cristianización tardía» para correr por una quimérica reelección. Por su parte, Axel Kicillof se mira en el espejo del Felipe Solá de finales de 2002: sospecha que le estarían tendiendo una trampa para que abandone la gobernación provincial, aunque es el que mejor contiene el caudal de su autoexcluida mentora. Indicios no le faltan: Martín Insaurralde y la emergente «liga de intendentes» pretenden desplazarlo para deshacerse de la intervención de hecho que les impuso CFK y que sobrevivió a pesar de la incorporación del caudillo de Lomas de Zamora como Jefe de Gabinete provincial luego del desastre de las Paso de septiembre de 2021.
Lo mismo había ocurrido a nivel nacional con la llegada de Juan Manzur a la Casa Rosada. A propósito, el tucumano avanza sigiloso con sus planes. Se mantuvo al margen de la embestida contra la Corte Suprema y se benefició de la innecesaria exposición de algunos de sus socios de la Liga del Norte (y potenciales rivales como candidatos), como Jorge Capitanich. Con Wado de Pedro diluido en la agenda mediática, estancado en imagen y ausente en el conflicto por la coparticipación, solo Sergio Massa podría aspirar a competir, aunque sigue focalizado en la gestión y postergando señales en este sentido. ¿Cuánta influencia retendrá Cristina en la definición de candidaturas, en especial para preservar el peso relativo de los legisladores más fieles, incluyendo los de La Cámpora? El peronismo imagina y desea un futuro con una presencia muy acotada y por cierto decreciente de los exponentes ultra-K.
La dinámica interna en la principal coalición opositora, dominada por la puja por las candidaturas, se explica en parte por esta falta de competitividad electoral que al menos actualmente presenta el FDT. Todo indicaría que quien salga victorioso de las Paso el próximo 13 de agosto cuenta con enorme chance de, apenas diez semanas más tarde y hasta sin segunda vuelta, ganar la elección presidencial. Múltiples sondeos de opinión y la tendencia de los últimos años en la región y en el mundo avalan este supuesto: los oficialismos tienen cada vez más dificultades para batir a las alternativas opositoras. Sin embargo, esa foto puede llevar a simplificaciones exageradas sobre la naturaleza del proceso electoral, más intrincado y engañoso de lo que parece.
Si las diferencias entre «palomas» y «halcones» de Juntos por el Cambio se convierten en una disputa sin cuartel en las primarias, la coalición corre el riesgo de pagar costos políticos y reputacionales muy significativos, que podrían complicar el panorama de cara a la general. Es que en esa instancia ganan peso relativo los segmentos más anti-K (pro halcones), a menos que se imponga el concepto de favorecer al candidato con más chance de obtener votos independientes. Algo similar ocurrió en los Estados Unidos en la interna demócrata de 2020: el aparato partidario se volcó a favor de Joe Biden a partir de la elección de Carolina del Sur, dado que su principal rival, Bernie Sanders, con ideas de izquierda más radicalizadas, hubiera espantado al votante medio y de ese modo, en un escenario de polarización extrema, hubiera favorecido las chances de reelección de Trump. Otro caso parecido se produjo en noviembre pasado, durante las elecciones de mitad de mandato, en las que se presentaron numerosos candidatos republicanos asociados con y apoyados por Donald Trump. Ese aval les permitió imponerse dentro del GOP, pero resultó determinante para explicar sus derrotas en las elecciones generales.
Debe también considerarse el impacto que puede generar el fenómeno de Javier Milei. Si se confirman sus especulaciones más optimistas, la elección de 2023 será más parecida a las de 2007 o 2015 que a las de 2011 o 2019. Vale decir, habría una tercera fuerza disputando un espacio de poder considerable. Milei crece sobre todo entre los frustrados por la gestión económica de Mauricio Macri y los jóvenes desencantados con la política (algunos provenientes de familias o entornos sociales en los que el kirchnerismo tenía entre 2003 y 2017 bastante predominio). Un triunfo del candidato «paloma» en JxC podría favorecerlo en la general, mientras que el del «halcón» derivaría en una merma del caudal electoral liberal-libertario en la medida en que se imponga el argumento del «voto útil». En el primer caso, la pregunta es si el caudal de votos provenientes de los halcones sería suficiente para llevar a Milei a un ballotage, y en todo caso frente a quién. En el segundo, si esto tiene el potencial para terminar en un triunfo en primera vuelta de JxC, con un peso relativo mayor en el Congreso y a nivel provincial (gobernaciones y legislaturas).
Considerando lo que viene ocurriendo en nuestro país y en el mundo en contextos similares, es muy poco probable que tengamos la oportunidad de sostener debates de ideas profundos y enriquecedores, indispensables para romper la decadencia secular en la que está inmersa la Argentina desde hace décadas. Las campañas contemporáneas son diseñadas con criterios egoístas (el objetivo es ganar) y minimalistas (no correr riesgos innecesarios). Además, tienden a combinar mensajes superficiales con la pretensión de interpelar electorados heterogéneos alejados de la política y hasta desilusionados con ella, con estrategias de segmentación orientadas a seducir nichos específicos.
Si se consolida la idea de que el oficialismo no será competitivo, podría sin embargo abrirse algún espacio para plantear la agenda de prioridades del próximo gobierno. ¿Qué estrategia de transformación económica podría poner al país en una senda de desarrollo sustentable e inclusivo, con un salto competitivo y una integración efectiva e inteligente en un mundo que reconsidera la lógica de la globalización?. ¿Quiénes estarían en mejores condiciones de implementarla en términos políticos y técnicos (macro y microeconómicos) más allá del imprescindible programa de estabilización que deberá aplicarse?. ¿Cómo evitar los errores y las trampas que frustraron los anteriores intentos de modernización, tanto en escenarios democráticos (con Frondizi, Menem y Macri) como autoritarios (Onganía y el Proceso)?.
Vivimos en un país que suele confundir personas con problemas. Muchos de nuestros conflictos y frustraciones derivan del personalismo, el caudillismo y las pujas por el poder. Si nos dejamos llevar por estas tentaciones una vez más, perderemos la oportunidad de focalizar en las cuestiones relevantes que explican este fracaso colosal en el que se convirtió la Argentina.
Publicado en La Nación on line
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