«Yo no salía a bailar para poder mirar la ACB los domingos por la madrugada, soñaba con estar ahí». Así de simple, el «Yaca» Kammerichs resume dos puntos clave de su carrera: la dedicación que tuvo con el juego y la negativa a la propuesta NBA. No fue un deportista cualquiera. A pesar de haber sido un permanente competidor, campeón con Regatas Corrientes y con la Selección Argentina, se lo recordará siempre con la sonrisa que evoca su don de gente y permanente tono bromista. Un excelso nivel basquetbolístico lo catapultó a Europa y a dos Juegos Olímpicos, pero su carisma y positivismo se posan inevitablemente por delante de sus capacidades técnicas a la hora de describirlo.
Kammerichs dio sus primeros pasos en Ferro, y emigró para desplegar su habilidad en Ourense, Valencia, Girona, Bruesa y Murcia. Retornó a su provincia, apostó por la aventura brasileña y volvió a calzarse la camiseta remera para una última pero gloriosa temporada. No era un líder vocal, predicaba con el ejemplo, y anhelaba festejar un campeonato con el club de Regatas de su amada Corrientes. La Liga Nacional 2012/13 significó el logro de su más profundo deseo y la frutilla del postre para un temprano final en el profesionalismo. Paralelamente, se ganó un puesto en la Selección y un lugar en el corazón de los argentinos. El Preolímpico de Mar del Plata 2011 fue su esplendor con la celeste y blanca: «Y ya lo ve, y ya lo ve, son los bigotes del Yacaré…».
Tus primeros pasos en el profesionalismo fueron en Ferro, de la mano del emblema León Najnudel. ¿Cómo recordás tus inicios en la Liga, cómo era el ambiente en un club tan especial?
-No pude haber caído en un mejor lugar, por la historia del club y porque León significaba muchísimo para nuestro básquet. Era febrero del 98 y él ya tenía su enfermedad avanzada, pero seguía yendo al club. Cada vez que terminábamos de entrenar, mientras tomaba mates con el utilero, yo le pasaba cerca deseando que me pregunte algo. Por suerte, pudimos conversar y fue una satisfacción enorme, esas charlas me marcaron. Recuerdo que yo pasaba todas las siestas con Diego LoGrippo, quien vivía en un departamento con un montón de videos de Tolcachier y León, con recopilaciones de partidos y entrenamientos de todo el mundo. Así como para Borges el paraíso es una gran biblioteca, en mi caso el paraíso era ese cuarto repleto de básquet.
Qué pasó la famosa noche del draft… Nadie esperaba la elección, ni siquiera vos, hasta el punto de ni siquiera saberlo.
-Realmente no tenía idea de estar en los planes de una posible selección. Estaba de vacaciones en Goya y había ido a comer un asado al club Juventud Unida. Llamaron a casa, atendió mi mamá y hasta le explicaron lo que era el draft, pero no pudieron localizarme porque yo no tenía celular. Volví a las cuatro de la madrugada y abrí el Messenger (NdeR: chat del momento), Adrián Boccia y el «Lata» Ibarra empezaron a felicitarme diciéndome ‘te la tenías guardada, eh’. ¡Y yo no sabía nada, ellos me dieron la noticia! Ahí ingresé a los portales y descubrí que Portland me había elegido en el pick 51. Fue una sorpresa inmensa. Al día siguiente me despertó un llamado de Gonzalo Bonadeo para entrevistarme, y el resto del día fue un infierno de notas, pero con una alegría gigante.
¿Y por qué nunca te sumaste a la franquicia de Portland?
-Mi representante me llamó y me dijo: ‘Yaca, tengo la oferta de Portland, te la mando por correo. Leela porque tenemos que responder hoy mismo’. Estuve todo el día meditando en el sofá, y la terminé rechazando. Eran dos años de contrato garantizado, pero yo estaba muy contento y cómodo. Durante la temporada me había visitado un ojeador que me regaló un bolsito con ropa de los Blazers y me manifestó que querían verme en la Liga de Verano, pero no podía ir porque tenía la convocatoria con la preselección argentina. Me siguieron invitando dos o tres años más, pero para mí ya se había terminado la idea NBA.
¿Cómo recordás tu época en España?
-La disfruté y la viví muy intensamente, sobre todo los primeros años. Después entré en un pequeño declive porque me afectó el desarraigo, y empecé a masticar la idea de volver. A mucha gente le costó entender que volví con 28 años, pero me hizo bien, mis mejores intervenciones en Selección fueron ya habiendo regresado. Estaba desmotivado, pero volver al país y en especial a Corrientes, fue recuperar todo lo que extrañaba: mi familia, mis amigos y nuestras costumbres. Ahí entendí la frase de César Luis Menotti cuando dijo que ‘se juega como vive’. Mi buen estado anímico terminó incidiendo en mi rendimiento. Retomé el llegar y quedarme media hora antes y después del entrenamiento. Recobré la fuerza, el deseo, las ganas de jugar al básquet y centrarme exclusivamente en eso.
Las conquistas con Regatas Corrientes
En tu último retorno a Regatas, tras jugar un año en Flamengo, declaraste que morías por ser campeón. No sólo ganaste la Liga, sino también el Súper 8 siendo el MVP y luego la Liga de las Américas. ¿Cómo viviste ese año histórico?
-Mi objetivo y gran desafío era ganar una Liga con Regatas. Te lo hacía sentir la gente y la dirigencia, pero nadie tanto como uno mismo. En los tres años iniciales alternamos buenas y malas, y decidí vivir la experiencia de Brasil, la cual fue muy interesante a pesar de no haber logrado las metas deportivas. Volví a Regatas y me reencontré con jugadorazos como Paolo Quinteros y Javier Martínez, se armó un grupo fascinante. Hace poco vi un documental sobre Pelé, y me quedó algo grabado: esa sensación de alivio luego de lograr un título. Creo que me pasó lo mismo, porque llevaba la carga emocional de lograr eso por lo que tanto luchamos.
Y pensar que antes no eras supersticioso… Aunque sí cumpliste la promesa de caminar hasta Itatí luego de ser campeones.
-Me burlaba de las cábalas, pero el ambiente te termina contaminando. En mi provincia, la Virgen de Itatí y el Gauchito Gil son sagrados. Comenzando los playoffs de la liga que ganamos, les propuse a Miguel Gerlero y Nico Ferreyra que si todo salía bien agradezcamos caminando hasta Itatí, casi 80 kilómetros. Fuimos unos días pasadas las Finales, pero los jovencitos se acalambraron y quedaron en el camino. Yo llegué casi hasta la entrada del pueblo, y me comuniqué diciéndoles: ‘Bueno, vamos a hacer una trampita, total nos van a perdonar’. Le pedí a un amigo que nos buscara, porque ya eran las 18 y habíamos salido a las 6. Llegamos, le pedí perdón al cura por la trampa, y el sacerdote resultó ser un chico de Bella Vista con el que competí toda mi etapa de formativas, ¿podés creer? Nos perdonó y nos dio las bendiciones.
En el regreso de Brasil, tenías decidido que sería tu última Liga. ¿Qué te llevó a tomar esa determinación?
-Cuando inicié la temporada ya lo tenía pensado, pero nunca lo manifesté ni dejé que se transmita, fue sorpresivo para todos. Incluso pensé en decírselo a Nico Casalánguida en los festejos, pero me contuve porque no era el momento. Quizá si no ganábamos la Liga no me hubiera retirado, porque tenía eso entre ceja y ceja. Pero lo logramos, fue una sensación hermosa, y sentí que me había vaciado, no tenía fuerza para más. Después jugué en clubes de mi ciudad, pero la exigencia y la motivación era otra. En parte, el retiro temprano fue también por el físico. Podría haber jugado unos años más, pero hay tipos que saltaban y casi mordían el aro y hoy están con prótesis de caderas o reemplazos de rodillas, y no quería eso para mí.
Su querido club Unión
Ya retirado como profesional, volviste a jugar para tu Unión de Goya. ¿Cómo te sentiste?
-Primero me sumé a Juventud Unida para jugar el Argentino de Clubes, pero no pude seguir por problemas de rodilla. Ya rehabilitado, Unión ingresó al Provincial y me convocó para la etapa final. Salimos campeones, y luego ganamos el Argentino para clasificar al Federal. Di un paso al costado y me integré como asistente técnico, pero llegando a playoffs cortaron un jugador y me pidieron que juegue unos partidos más. Fue una linda etapa, Unión es el club de toda mi vida, pero ya no lo disfrutaba porque ligaba mucho.
Siempre llevaste bien el retiro.
-Sí, cuando ya ocupaba el puesto de parrillero en el club, ja. Llama la atención cómo a la mayoría le cuesta desprenderse, aunque es lógico, es algo que hiciste toda tu vida. No supe qué decirle, pero al poco tiempo que dejé el básquet parecía que llevaba años de retirado, no me costó nada. Será porque empecé a trabajar y mantuve ocupada la cabeza. Mis padres siempre me insistieron en prepararme para el futuro. Atender en el mostrador no es como picar la pelota, no se siente esa adrenalina y emoción, pero soy consciente que es lo que hoy toca, lo disfruto y lo llevo bien.
¿Cómo valorás tu carrera?
-Más allá de los aciertos y los errores, estoy muy conforme con mi carrera. Me remonto al chico de pueblo que no se perdía un partido de Liga Nacional, que miraba básquet europeo, que iba al club y simulaba ser Milanesio, Campana o Montenegro. Crecí, tuve la suerte de enfrentarlos y luego llegué a la Selección, que es lo máximo para un deportista. Tuve el orgullo y el privilegio de compartir viajes, hoteles, partidos y entrenamientos con la Generación Dorada. Pude vivir de lo que me apasionaba, y creo que ese es el camino por donde uno más se acerca a la felicidad.