Pueden las autoridades de una de las comparsas más gravitantes de la historia desairar a la institución municipal por hallarse la comisión directiva disconforme con el veredicto de un jurado? ¿Está bien dejar con el galardón en la mano al Intendente? ¿Se construye haciendo trizas la sana costumbre de los buenos modos y el decoro?
Por aquello de que lo cortés no quita lo valiente, la mejor forma de enfrentar un entripado es el recato de las formas respetuosas. Por algo existen el protocolo y la diplomacia, reguladores de la conducta en cuestiones de investidura como la detentada por quien tiene la responsabilidad de administrar la ciudad Capital, electo para tal misión por la voluntad popular.
La historia del carnaval, la necesidad imperiosa de unir fuerzas para crecer como epicentro de las tradicionales festividades del Rey Momo y la realidad de que otros núcleos turísticos del país lograron imponerse como productos de mayor impacto masivo (caso Gualeguaychú), ameritaban un análisis más a fondo de la actitud reactiva de los popes del Rayo.
Habían pasado más de 60 días desde que el jurado, seleccionado conforme el tácito consentimiento de todas las agrupaciones participantes, consideró ganadora a la archirrival Sapucay. Si hubo un momento para exteriorizar discrepancias con el fallo fue aquel. Pero no. Dejaron pasar el tiempo en un marco de silencioso consentimiento, signo de aceptación civilizada, demostración de la grandeza que enarbolan los buenos perdedores.
Podían haberlo dejado así, con esa imagen de madurez que caracteriza a los resilientes, tan valorada en la escala ética de una sociedad atravesada por la crisis. El mensaje hubiera sido positivo: redoblar el esfuerzo, multiplicar el ingenio, preparar la mejor temática y volver al ruedo en 2024 con la convicción de ganar. Pero no. Un grupo de dirigentes que ahora soporta las miradas objetoras de sus propios representados, no pudo contenerse y eligió el peor momento para demostrar una disconformidad extemporánea, irreflexiva, atropellada.
Dañar (o peor aún, romper) relaciones en el plano institucional es la peor de las señales. Se trata de la comprobación manifiesta de que la predisposición para el trabajo en equipo es nula. Y de que, en tales condiciones, las chances de fortalecer la oferta carnavalera de Corrientes se vienen a pique como consecuencia de una pelea de vodevil en la que uno de los protagonistas principales se pone a la retranca como consecuencia de un resultado que ya es cosa juzgada, convalidado por el universo de artistas, bailarines, coreógrafos y dirigentes.
Máxime cuando la autoridad municipal hace tiempo cedió por completo el rol de hacer las reglas del carnaval a las propias comparsas, que también opinaron en la selección de los jurados. ¿Qué hicieron con tanta autodeterminación los que hoy se autoperciben perjudicados? Los jóvenes que ponen el hombro para hacer sus trajes, ensayar y salir al corsódromo, ¿piensan igual? ¿Qué ejemplo reciben con todo esto?
El desdoro del lunes, el premio abandonado, el reconocimiento menospreciado, se tradujo para la gran mayoría de simpatizantes en una herida innecesariamente infligida al hueso del carnaval, en una noche de premiación que fue pensada para agasajar a todos los que hacen posible la fiesta carnestolenda por el hecho de que -a pesar de todo- siguen exhibiendo el lauro de ser la puesta en escena más lujosa del país.
Jaqueada por una conducta compatible con el atraso que alguna vez dejó a Corrientes sin desfile de comparsas y sin shows, la fiesta del «carnem levare» demanda nuevos liderazgos, mentes frías capaces de convivir en el disenso, la inteligencia emocional del que se alegra con el triunfo ajeno y aprende a capitalizarlo como estímulo para ser mejor en la próxima partida, sin intrigas y sin celos subalternos. Solamente así se puede crecer.
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