A 130 kilómetros de la Capital correntina, se encuentra Campo Alegre, un espacio permacultural con propuestas de actividades para las familias, como sus talleres de bioconstrucción y cestería en isipo que convocan a turistas regionales e internacionales.
La permacultura se trata de un estilo de vida que acompaña a la naturaleza y respeta sus tiempos, propiciando la construcción de ambientes que ayuden al cambio climático y contribuyan a la producción de alimentos saludables, dando la posibilidad de regeneración a los suelos.
«La bioconstrucción es una técnica artesanal que se busca rescatar. La humanidad desde que se volvió sedentaria, tuvo la necesidad de empezar a construir y lo hizo con los materiales que tenía alrededor. Eso pasó, en mayor o menor medida, en todas las civilizaciones que desarrollaron la agricultura y se tuvieron que asentar», reseñó el gestor ambiental Pablo Giménez a EL LIBERTADOR.
De esos tiempos se rescata la técnica de bioconstrucción, con la diferencia de que, en la actualidad, con los avances científicos, «podemos entender mucho más y en profundidad cómo estos elementos trabajan en el ambiente».
«Es conocer cada elemento natural, sus propiedades físicas y químicas. Nosotros trabajamos acá, por la geografía que tenemos y por la constitución del suelo, con la arcilla ferrosa, porque puede ser de distinto tipos. Hacemos análisis del suelo y diferentes técnicas como quincha, superadobe e hiperadobe. También la tacuara y la madera», detalló.
Los talleres se dan con reserva previa al número de teléfono 3794-819-307. «Les pregunto la inquietud que tienen, por qué se están animando a hacer esto y en función de eso perfilamos la actividad, podemos hacer una pared, un horno de barro o una cucha para el perro», propuso.
LO ANCESTRAL
«El espacio trata de orientarse hacia lo permacultural, que es rescatar un poco las prácticas indígenas de la memoria», explicó Giménez.
«Tenemos una información genética que hace, por ejemplo, en las plantas del Iberá, que no se mueran durante la sequía o cuando vuelve la lluvia, que renazcan. Ellos tienen una manera de defenderse ante el clima. Si yo traigo una planta de Asia y la pongo acá, posiblemente se muera», precisó.
Giménez comentó que bioconstrucción es parte de la información genética que se hereda de las comunidades indígenas. «Nosotros contamos esto, así como el impacto que tiene en el ambiente y los beneficios en función de lo industrial», señaló.
«Hay muchos elementos en la naturaleza que se pueden utilizar para construir casas igual de confortables», sostuvo.
Señaló como un primer beneficio, los bajos costos. «La arcilla es un material de libre acceso, la tierra las tenemos todos y los elementos que hacen posible cohesión, como huevos, cera de abeja, el algodón del palo borracho», añadió. Y en segundo, la baja contaminación en comparación con las producciones industriales que queman combustibles.
ALTERNATIVA
«Tratamos de comenzar a cambiar la mirada, la subjetividad que tenemos el mundo, a través de técnicas que enseñamos. Mostrar otro camino posible para poder desarrollarnos como pueblo y no seguir el de otras grandes ciudades, en donde terminan colapsando por una o dos cosas», apuntó.
«El que vivió en la ciudad, como yo, sabe que se está colapsando todo el tiempo: por la lluvia, el tránsito, la polución, la gente, la comida, los precios, el alquiler, el afecto, la seguridad, la tranquilidad. Saber que hay otra manera de desarrollarnos, pensando en el ambiente», concluyó.
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