Enero de 1972. La dictadura militar, durante la presidencia del general Lanusse, ya había levantado en el país la veda política. En cada esquina, bar, acontecimiento social o deportivo, se respiraba un clima diferente, el debate político, se ubicaba en la centralidad. Los partidos se reunían y organizaban. Yo había terminado el secundario y vivía los tiempos de la ansiedad del principiante por comenzar el ciclo universitario. Mi destino estaba en la Facultad de Derecho. Ya por entonces, me iniciaba en el desarrollismo correntino. Presidía el partido, a escala nacional, el legendario Arturo Frondizi y como vicepresidente Rogelio Julio Frigerio.
El MID correntino organizaba un seminario sobre la realidad del país, sus perspectivas y la propuesta desarrollista ante el nuevo escenario político. Se realizó en dos jornadas, una al caer la tarde de un día viernes y culminaba, al día siguiente, con la presencia y disertación de un dirigente del Comité Nacional.
El sol abrazador e impiadoso de un enero que no quería irse sin dejar sus huellas, no resultaba, sin embargo, un obstáculo para la primera cita del programa. El expositor, Luis Acosta Rivellini, por entonces un joven abogado al que aún no conocía, pero de quien mi padre me había dado las mejores referencias. Luis expuso con la precisión de un relojero. Brillante. Confieso que quedé impactado por su claridad expositiva y sus dotes en el manejo de la oratoria. Desde entonces, comenzamos a frecuentarnos en el trato. Inquieto en consolidar y afirmar mi formación política, mientras devoraba los libros partidarios de extraordinaria valía y solvencia intelectual, comenzaba, lenta pero sistemáticamente, a estudiar las raíces filosóficas que me aportaban algunos textos clásicos, indispensables para afirmar mis convicciones políticas y profundizar mi formación. Y Luis fue, sin duda, además de un faro, una guía que contribuía a disciplinarme en el estudio de las ciencias sociales.
A partir de ese seminario, de esa charla-debate, desarrollamos con Luis una profunda amistad que se nutría de la misma percepción que teníamos sobre la realidad y sus soluciones. Años compartiendo viajes. Recorriendo la provincia y el país, conferencias, disertaciones, charlas, elecciones, etcétera. No conocí en la provincia alguien que lo supere como orador. Cuando Luis tomaba un micrófono, seducía. El manejo de los tiempos y de la pausa exacta, su tono firme y seguro, su claridad conceptual, sus oportunas metáforas y su memoria privilegiada, componían una pieza única dentro de una sinfonía que nunca desentonaba y contagiaba con fibra y emoción a quienes lo escuchaban. Su mensaje no resultaba indiferente aún para el adversario más enconado. En sus discursos, no se destacaba el verso, abundaba la prosa.
Luis se destacó especialmente en el mundo académico y político y fue excelente padre de tres hijos. Pero como hombre público que fue, me referiré solamente a su perfil político y humano.
Luis Acosta Rivellini o «Luicho», como también lo llamábamos, fue Presidente de la Conducción Nacional del MID. Trabajó muy cerca de Arturo Frondizi y de Rogelio Julio Frigerio. Fue un soldado de la causa del desarrollo nacional, de la cual nunca se desvió, ni admitió desvíos. Su natural espíritu de comprensión y tolerancia se enardecía, únicamente, ante las deslealtades y desvíos en los principios. Los últimos días de su vida contemplaba con tristeza como el partido de Frondizi y Frigerio se aliaba en la nación y en la provincia a expresiones neoliberales en las antípodas del pensamiento desarrollista. La claudicación ética en la lucha por las ideas desarrollistas por parte de oscuros y pequeños personajes, que solo buscan la satisfacción de sus propias y mezquinas ambiciones personales, lo había alterado. Era lógico. Constituía la contracara de su vida. Concebir a la política desde la mera especulación por los cargos y no desde los principios y valores, afectaba su espíritu.
Durante la mañana del día 9 de febrero de 2021, hace exactamente un año, cuando tenía apenas 75 años y su salud se veía rozagante y vital, su corazón le dijo «basta». Se fue súbita e inesperadamente. Una dolorosa sorpresa ganó la calle. Corrientes perdió a un gran político. Yo perdí a un gran amigo.
Llevo cargada una mochila llena de recuerdos, de incontables y largas charlas, de agudos y reflexivos análisis, de prolongados encuentros, de mateadas inspiradoras, me llevo imágenes donde puedo ver esa sonrisa franca, expresiva, estruendosa, el incontrolable tono alto de una voz que siempre se mostraba exultante, del paso veloz y rítmico de sus largas caminatas, de los encuentros semanales con empanadas y vino. Y como diría el querido y también recordado poeta correntino Juan Carlos Jensen, esa mochila me la llevo conmigo, es el tesoro más preciado, me la llevo en el alma, no se la doy a nadie, fueron 50 años de historia compartidos con Mi amigo Luis Gabriel acosta Rivellini.
Mi gran interlocutor, mi hermano de la vida. Se te extraña.
Por Sebastián Ruiz
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