En los últimos años, las guardias pediátricas han registrado un incremento sostenido en los ingresos por ideación y conductas suicidas en adolescentes. La edad promedio de consulta ronda los 14 años, siendo la intoxicación medicamentosa la forma más frecuente. Más allá de la frialdad de la estadística, estos datos, nos enfrentan con una realidad que alarma: muchos adolescentes atraviesan un sufrimiento profundo que, en ciertas ocasiones, no encuentra cauces de expresión ni contención adecuados.
El suicidio es un fenómeno global y complejo. No se limita a una patología específica, ni responde a un único diagnóstico clínico. Se trata de un fenómeno transversal a la sociedad, donde confluyen dimensiones individuales, familiares, escolares y culturales. En este sentido, diversos especialistas han estudiado los procesos psicológicos implicados. Entre ellos, el psicólogo Thomas Joiner plantea que los cuadros más graves de ideación suicida surgen de la combinación de dos experiencias subjetivas dolorosas: la sensación de no pertenecer a un grupo, es decir, de aislamiento, y la percepción de ser una carga para los demás. Cuando estos estados se combinan con el acceso a un medio letal, la vulnerabilidad se intensifica.
El camino que lleva al suicidio no sigue una línea única ni predecible. No hay una receta que explique por qué, en un momento determinado, alguien decide pasar del pensamiento a la acción, ni podemos saber con certeza quién lo hará. Pero hay algo muy importante: el suicidio puede prevenirse. Existen señales de alerta -en lo personal, en la familia, en la escuela o en la comunidad- que nos permiten actuar a tiempo y ofrecer ayuda.
En la familia, por ejemplo, la falta de apoyo de los padres o la ausencia de supervisión suelen aumentar la vulnerabilidad de los adolescentes. Estar atentos, disponibles, presentes y abiertos al diálogo puede marcar la diferencia. Escuchar sin juzgar, sostener incluso cuando las palabras son escasas, preguntar directamente sobre lo que preocupa o asusta, son estrategias simples pero poderosas.
En la escuela también se abre una ventana de acción. Los docentes, orientadores y compañeros están en posición importante para detectar cambios abruptos en la conducta, el rendimiento académico o la interacción social. La escuela no es un espacio terapéutico, pero sí puede ser un puente hacia la consulta profesional, así como un ámbito de pertenencia que proteja frente al aislamiento.
Ahora bien, ¿cómo acompañar desde el lugar de padres, docentes o referentes adultos? La primera clave es no minimizar ni relativizar lo que el adolescente expresa, aunque parezca exagerado o confuso. La segunda, sostener la disponibilidad, mostrando con gestos cotidianos que no está solo. Y la tercera, saber cuándo consultar: ante señales claras de pensamientos suicidas, cambios bruscos de ánimo, conductas de autolesión o un aislamiento marcado, es fundamental acudir a un profesional sin demora.
Hablar del suicidio adolescente no significa resignarnos a la fatalidad. Más bien, implica reconocer que, aunque es un fenómeno complejo, puede prevenirse si actuamos juntos: familias, escuelas y sociedad. La prevención empieza por escuchar, se sostiene con la cercanía afectiva y se concreta con un pedido de ayuda a tiempo. El verdadero desafío es no mirar para otro lado.
Líneas nacionales de atención y prevención del suicidio:
Centro de Asistencia al Suicida (CAS)
- 135 (línea gratuita desde Capital Federal y Gran Buenos Aires)
- 011-5275-1135 o 0800-345-1435 (disponibles desde todo el país). Este servicio es personal, confidencial y anónimo. Funciona de 8 a 00, aunque puede haber horarios con mayor ocupación de la línea.
Nueva línea nacional gratuita para urgencias de salud mental:
0800-999-0091. Es un número nacional diseñado para brindar orientación y apoyo en situaciones de urgencia en salud mental. Globalpsy.org.ar
Por Paz Magnanini. Publicado en Infobae.
«… Hay que tomárselo como una señal para pedir ayuda»
Carmen Sánchez Alegre es una superviviente, así es como se denomina las personas que han perdido a un familiar por suicidio. Su hermano falleció en 2018 y desde entonces su familia y ella emprendieron un camino de adaptación a esta nueva realidad. ¿Hablamos del suicidio? acaba de ser publicado por la Editorial Alienta (Planeta) después de que la escritora lo autopublicara hace unos meses. En él, Sánchez Alegre narra su experiencia y sentimientos de la forma más sincera, y en ocasiones, cruda y dolorosa.
El libro es una mano tendida para las personas que han perdido un familiar por suicidio y atraviesan el duelo, uno de los más complicados. Es una voz serena que ayuda a lidiar con la continua sensación de culpa y las elucubraciones sobre cómo esa muerte podía haberse evitado.
Pregunta: En el libro reflexionas sobre el sentimiento de culpa. ¿Por qué nos sentimos culpables y por qué no deberíamos hacerlo?
Respuesta: Es normal que el sentimiento de culpa se te pase por la cabeza, pero en la medida de lo posible tenemos que intentar no identificarnos con ello. Si culpar es normal en cualquier tipo de duelo, en el de suicidio, mucho más.
Pregunta: Hablás del estigma y la vergüenza, incluso de la necesidad de algunas familias de ocultar las causas reales de la muerte cuando hay un caso de suicidio.
Respuesta: Es un tema que siempre ha sido tabú, y lo sigue siendo. Aún queda mucho por recorrer. Yo creo que el tabú lo causa el desconocimiento y la tradición. El suicidio siempre ha estado mal visto por la religión y por la sociedad. No sabría decir realmente y con exactitud cuáles son las causas, pero lo es. Es una realidad que no se habla de ello.
(Extracción de una entrevista de María Santos Viñas, de 2023 en España, publicada enInfobae).

