Por Noelia Irene Barrios
EL LIBERTADOR
A principios del 1900 una peligrosa enfermedad azotó a la provincia de Corrientes. Fue la peste negra, o bubónica, que llegó hasta la provincia a bordo de los buques y otras embarcaciones infestadas de ratas que paraban en los puertos. En poco tiempo, se diseminó en ciudades costeras y afectó directamente a sus poblaciones. A partir de entonces y durante varios años, se hicieron costumbre todo tipo de prácticas para erradicar a los roedores y frenar los contagios.
En un artículo denominado Sobre la peste bubónica en una localidad del interior de la Argentina. Ituzaingó, provincia de Corrientes, 1912-1919, el antropólogo César Iván Bondar detallaba que el brote se inició en 1899, en Paraguay. «Se reportan varias muertes repentinas catalogadas de sospechosas y los muertos por peste bubónica ascienden a 300», menciona el trabajo. El documento también explica que hacia finales de ese año, se registró el primer caso en la Argentina: una niña en Formosa. Y, a partir de allí se fueron conociendo diferentes focos en otras provincias del país.

Sin embargo, respecto del caso de Corrientes, Bondar señaló: «La llegada se dio en cargueros que arribaban al puerto de la ciudad Capital hacia inicios de 1910, siendo una enfermedad que causó gran conmoción entre la población».
El autor precisó que las ciudades correntinas que llegaron a tener casos fueron la Capital, Empedrado e Ituzaingó. Precisamente, localidades con puerto o muy vinculadas con el comercio fluvial.

ACCIONES
Ante el desconocimiento general sobre cómo hacerle frente a la peste y la paranoia comunitaria ante un brote se llevaron adelante diferentes acciones. La principal fue el tratamiento de los cuerpos de víctimas de la enfermedad. Así por ejemplo, se ordenó el traslado de los cadáveres solo por el río hasta el cementerio, donde eran incinerados, bendecidos y enterrados con la aclaración de que se trataba de una persona muerta por la peste.
Otras medidas fueron el cierre del puerto y la cuarentena obligatoria de las personas que trabajaban allí o en las inmediaciones. Bondar también hace referencia a las acciones «privadas-domiciliarias», vinculadas a los saberes tradicionales y la religión. «Oraciones a los santos para evitar el deambular de la peste por el pueblo, se desarrollaron rezos en el formato de novenas a los santos. Los rezos se extendían por nueve días, al finalizar una advocación se iniciaba otra», mencionó el autor.

Mientras estas medidas solaparon los efectos de la peste en la provincia, en otras partes del país, se sumó la matanza colectiva de ratas para evitar la transmisión de la enfermedad. Y en los diarios y semanarios de la época las páginas estaban colmadas con avisos sobre raticidas efectivos y perros especializados en buscar y matar roedores.
En comparación con otras epidemias que azotaron la provincia, la peste negra no tuvo el mismo número de víctimas fatales, pero el temor popular ante la aparición de los bubones negros hizo que la comunidad adopte todo tipos de medidas de profilaxis. Y las mantuvieron durante años, hasta que la medicina logró controlar el mal en todo el mundo.

