Por Noelia Irene Barrios
EL LIBERTADOR
De las incontables leyendas que circulan por la provincia, hay una que refiere a un extraño lugar que pocos vieron, pero al que muchos temieron durante bastante tiempo. Se trata de la denominada Isla del Diablo, un islote de montes que a veces aparecía flotando sobre el río Paraná, cerca de Goya y de donde se decía que provenían gritos y lamentos que hacían erizar la piel de los pescadores y habitantes de la costa. A fines del 1800, la historia quedó registrada en una publicación que se conserva hasta hoy.
Fue la Revista del Jardín Zoológico de Buenos Aires, que en su entrega del 15 de mayo de 1893, hacía un repaso sobre los lugares asociados a leyendas en la región litoraleña. Allí, en una sección especial se cuenta la historia de la Isla del Diablo.
«Como a una legua al Este de la ciudad de Goya (Provincia de Corrientes) existe una isleta de monte, que se llama Isla del Diablo… En otra época fue un islote fantasma, tan pronto amanecía más al Norte, o más al Sur, en una palabra, no tenía paradero fijo», comenzaba el relato, que luego explicaba más sobre el porqué de cómo llamaban a la extraña masa de tierra flotante: «Eso no es nada en comparación a los que la habitaban, espíritus infernales que prorrumpían en gritos y ruidos extraños cuando alguien pretendía acercase allí».
En el mismo texto, el autor cita a un antiguo vecino de Goya, de nombre Tomás Mazzanti, quien daba una explicación más técnica sobre el misterioso islote, referenciando a un gran naturista que pasó por la provincia. «Bonpland creía que el origen de esta leyenda provenía de que la tal Isla del Diablo debió ser antiguamente un gran embalsado que entraba por un brazo del río Paraná que debió allí existir», decía.
La publicación agregaba que el origen de la leyenda pudo ser muy remoto, transmitido por los habitantes de pueblos originarios que la contaron a su vez al hombre blanco. «Influenciados por el relato, estos siguieron viendo el movimiento imaginario de la isla, aunque esta no cambiara de sitio».
La historia tuvo tal fuerza que, según lo que se cuenta en la revista, fue necesaria la intervención religiosa. «Un día llegó un fraile misionero quien, con gran pompa, y previas todas las ceremonias de exorcismos correspondientes, la bendijo; desde entonces, la isla no se mueve más», afirmaron y completaron que luego el lugar también fue guarida de bandidos «un poco peores que todos los espíritus infernales».
EL MONSTRUO
En 1937, Héctor López Herrera publicó el libro Viajando por Corrientes. Para los turistas y viajeros que quieran cumplir un sagrado deber de argentinidad, donde también hace referencia a un sitio muy similar a la Isla del Diablo, aunque en su caso, este lugar estaba en medio de una gran laguna en el Iberá. Él la denominó La Isla Misteriosa y transcribió la experiencia de un peón de campo que fue criado en esa zona. «Yo que soy nacido y criado en aquellas regiones, jamás pisé su suelo. La he visto desde las orillas que la separan de la tierra, cubierta de maravillosa vegetación y la he visto también cambiar de sitio, como también he contemplado en días de viento fuerte, un oleaje en torno a la Isla Misteriosa, de tres y más metros de altura», fue el testimonio transcripto.
«Allí fue donde el Rey de los Tigreros, Francisco Cabrera, vio al monstruo de la laguna Iberá, según se refirió. En una mañana en que se acercó a la isla, se bajó de la canoa con sus perros e iba abriéndose paso a través de los pajonales, cuando salió encima de un escarpadito donde estaba un inmenso animal, de color barroso, que le pareció una boa dormida, formando un enorme bulto, mucho más grande que un buey y que era tres y cuatro veces más grande que las más grandes boas que había visto en su vida», agregó el autor y completó el relato con una suerte de advertencia: «Cuando esto me refirió Cabrera terminó diciéndome: ‘Yo casi nunca me he turbado pero entonces tuve miedo de verdad'».
Con o sin criaturas misteriosas, las islas deshabitadas infundieron miedo y respeto en iguales proporciones. Sobre esto, ni siquiera la inteligencia artificial da nada por sentado. Gemini, por ejemplo, dice de la Isla del Diablo de Goya: «Algunas versiones la asocian con la presencia de demonios o espíritus malignos, mientras que otras hablan de brujas o seres mitológicos».

