El verdadero semblante del Padre.
La situación de quienes somos parte de la humanidad está predeterminada por el pecado original. Cristo vino a cambiarla mediante el Misterio de su Cruz y de su Resurrección.
Su relación con los hombres, haciéndose hombre, responde a la situación de los hombres necesitados de su misericordia y de su perdón.
La preferencia de Jesús, que escandaliza a sus rígidos conciudadanos, se concreta en la convivencia, compartiendo el diálogo amical y la mesa con quienes son considerados «pecadores».
Este texto de Lucas se distingue por su claridad.
El Señor quiere revelar quién es Dios para los hombres, todo ellos necesitados de su misericordia.
Sin dudas, el mundo ha desfigurado el verdadero rostro de Dios y ahora no sabe identificarlo. Necesita que Cristo, venido de Dios, le muestre el verdadero semblante divino. Dios es Padre y ama a sus hijos, a pesar del horrible pecado que cometieron. Los ama hasta el extremo de aceptar la inmolación -en la Cruz- de su Hijo inocente y muy amado.
- La parábola del Padre bueno y del hijo perdido.
Como siempre, Jesús ejerce su magisterio simplificando su lenguaje mediante la utilización de muy bellas parábolas. Quizás la más rica y conmovedora es la que se relata en este texto evangélico. Me refiero a la del padre bueno y del hijo perdido, llamada desde siempre «del hijo pródigo».
La descripción hecha por Jesús, requiere una lectura espiritual que no violente su sentido original, que lo actualice y lo haga hoy más comprensible. Es bueno que lo intentemos nosotros.
Jesús describe una familia incompleta, aunque suficiente para acercarla con exactitud a lo que intenta enseñar. Falta la madre, aunque debemos deducir que en la paternidad -atribuida a Dios-, está subsumida la maternidad. La «ternura» parece más una expresión materna que paterna. No ocurre así en Dios.
En la exposición de la parábola Jesús presenta, en el padre, la ternura de la madre. «Un hombre tenía dos hijos…» (Lucas 15, 11-31). Es el menor quien decide reclamar su parte de la herencia y aventurarse lejos de la tutela paterna. El mayor no aprueba la conducta de su hermano y, desestimando los sentimientos de su padre, lo juzga y condena.
- Una familia peculiar.
Una familia compuesta por el padre y dos hijos.
La historia es conmovedora. El comportamiento del hijo menor es un verdadero desatino: obliga a su padre a partir la herencia en dos, y despilfarra su parte muy lejos de la casa familiar. Finalmente se queda sin nada y reducido a un extremo estado de pobreza y necesidad, hambriento y desamparado. Es cuando decide pedir perdón y resignarse a la pérdida de su condición filial. Misteriosamente inspirado, decide regresar y aceptar su fracaso.
El padre atisba el horizonte, con la esperanza del regreso de su pobre y amado hijo menor.
El encuentro de ambos es una conjunción de arrepentimiento humilde y de misericordia paterna. El gozo de haber recuperado a su hijo anula la disculpa que éste había decidido formular: «Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó» (Lucas 15, 20.)
El hijo recupera su condición y, a causa de su regreso, el padre organiza una gran fiesta.
Jesús desafía la imaginación de sus oyentes. En una lectura entre líneas es posible completar la historia real. Existe un tercer hermano, diverso del hermano mayor, ofendido y mezquino.
- ¡Volvamos a Casa!
Ese tercer hermano decide -por amor a su padre y con su bendición-, abandonar la comodidad de su casa, recorrer los caminos en los que se había extraviado su hermano menor, sin malversar Él su propia herencia, hasta encontrarlo. Entonces le transmite la buena noticia: «Hermano mío, papá te ama, te espera y me manda a buscarte: ¡volvamos a casa!”.
De esa manera orienta el regreso de su hermano, más aún, se convierte en el «Camino» de regreso.
A esta altura de nuestra reflexión estamos en condiciones de identificar a ese tercer hermano: es Cristo.
Todos somos el «hermano menor», en estado lamentable de pobreza, a quien su Hermano Jesús le anuncia que el Padre lo ama y lo espera. Por el camino de su Cruz lo devuelve al Padre. Su misión: de anuncio y de conducción al Padre, es transmitida a la Iglesia. La evangelización consiste en ese anuncio: «Papá te ama y te espera ¡volvamos a Él!». Esa misión, cumplida por Cristo, es encomendada por el Espíritu Santo a la Iglesia.
* Homilía del
domingo 11 de septiembre
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