Los «últimos» serán los últimos en acogerlo, en el umbral de la Basílica de Santa María La Mayor que custodia el ícono de la Virgen María con la advocación Salus Populi Romanim (Salud del Pueblo Roman), bajo cuya maternal mirada Francisco será sepultado.
En el tramo final de su camino terrenal como Obispo de Roma venido casi “del fin del mundo”, su cortejo fúnebre será despedido al ingresar el templo por personas pobres, migrantes, esos sin techo, esos marginados que fueron colocados en el centro de su ministerio cuando Arzobispo de Buenos Aires y durante su papado y que están en el centro del Evangelio.
Lejos de lecturas ideológicas, la Iglesia no tiene intereses políticos que defender cuando llama a superar lo que Francisco llama «la globalización de la indiferencia». Movido sólo por las palabras del Evangelio de Jesús, sostenido por la tradición de los Padres de la Iglesia, el Papa invitó a volver la mirada a los «últimos» predilectos de Jesús. Esos «últimos» que hoy le acompañarán con su abrazo en el último tramo antes de su supultura en la Basílica de Santa María la Mayor.
Ya las palabras que pronunció en la mañana del Lunes del Ángel, este Lunes de Pascua, el cardenal camarlengo Kevin Joseph Farrell para anunciar el inesperado fallecimiento del Papa Francisco subrayaron esta piedra angular de su magisterio: «Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente en favor de los más pobres y marginados».
«Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres», había dicho al inicio de su pontificado. «Para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les concede “su primera misericordia”. Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, que están llamados a tener “los mismos sentimientos que Jesús”», escribió en la exhortación apostólica «Evangelii gaudium», un documento que aún no se comprendió del todo, especialmente en la Argentina, y que marcó el camino de su ministerio como Sucesor de Pedro.
Este magisterio de palabras y obras, para el primer Papa sudamericano tenía su origen en el Evangelio y en las enseñanzas de los primeros Padres de la Iglesia. Como San Ambrosio, que había dicho: «No es de tus bienes que haces un don al pobre; no haces más que darle lo que le pertenece. Porque es aquello que es dado en común para uso de todos, lo que tú te anexas. La tierra es dada a todos, y no sólo a los ricos». Gracias a estas palabras, San Pablo VI pudo afirmar en su encíclica «Populorum progressio», que la propiedad privada no constituye un derecho incondicional y absoluto para nadie, y que nadie está autorizado a reservarse para su uso exclusivo lo que excede de su necesidad, cuando otros carecen de lo necesario.
O como San Juan Crisóstomo, que en una célebre homilía suya decía: «¿Quieren honrar el cuerpo de Cristo? No permitan que sea objeto de desprecio en sus miembros, es decir, en los pobres, privados de paños para cubrirse. No honren a Cristo aquí en la iglesia con paños de seda, mientras fuera lo desprecian cuando sufre frío y desnudez. Él que dijo: Esto es mi Cuerpo, y dijo también: Me vieron hambriento y no me dieron de comer».