Hace 28 años, una niña desapareció cuando caminaba a la escuela. Desde entonces, su madre y su abuela conviven con la angustia y el dolor de no saber qué le pasó, y una sola esperanza: poder volver a verla.
Noelia Irene Barrios
El Libertador
¿Cómo se acostumbra uno a la desaparición de un ser querido? ¿En qué momento esa falta se vuelve algo cotidiano? ¿Se llega a olvidar alguna vez? Yolanda Noemí Falcón tiene una sola respuesta: no se puede. El 17 de mayo de 1994 raptaron a su hija, Natalia Soledad, de siete años, cuando caminaba a la escuela, en el barrio Santa Lucía. Nunca la volvió a ver. Hoy, 28 años después, la herida de su ausencia le duele como el primer día y se le mezcla con el rencor de las injusticias que sufrió desde entonces, por el solo hecho de ser una mamá soltera y pobre.
«Era tan joven cuando le tuve a mi hija. Tenía quince años. Ella era mi primera hija. Si yo no le quería realmente, me la pudieron haber sacado. Antes hacían esas cosas. Pero yo la quise, yo decía: ‘Mi hija es mía y no me la van a sacar’. Pensar que después me la quitaron igual, pero no la arrancaron de mi corazón». Así, Yolanda sintetiza su calvario. Alguien se llevó a su hija y ella resiste al paso del tiempo con una esperanza.
«Quiero que sepa que estoy viva y que por ella todavía sigo luchando. Y quiero seguir viviendo, y que por lo menos Dios me dé la oportunidad de verla una vez más. Si me tengo que morir, primero quiero verla y después sí, que Dios me lleve. Pero que sepa que le busco, que siempre pienso en ella. Que no piense que su mamá se olvidó de ella. Todos los días de mi vida me acuerdo», implora como único deseo.
Lo inimaginable hasta entonces ocurrió un martes. Natalia Soledad Falcón había dormido en la casa de su abuela, Estela, a pocas cuadras de donde vivía con su mamá y su hermanito, Néstor, de dos años. «Ella vino, dejó su bicicleta, buscó su mochila y salió para la escuela», recordó Yolanda a EL LIBERTADOR.
Eran las 7.30 o 7.45, porque la nena entraba a las 8, en la 369 César Rodolfo Telechea. En la otra cuadra, a la vuelta de su casa, se tenía que encontrar con una amiguita con la que iban juntas a clase. «Después supe que esa nena no la vio ese día. De ahí, no sabemos más nada de ella». Esa fue la última mañana que vio a su hija. Pasaron 28 años, pero muchas veces, cuando la menciona, habla en presente.
Ese mediodía comenzó el suplicio. Yolanda veía que pasaban los minutos y Natalia no aparecía. «Todos los otros chicos volvían, pero ella no, así que me fui para la escuela. Ahí me dijeron que ella nunca se presentó. Nunca le tomaron la asistencia».
De ahí fue a buscar a su mamá para hacer la denuncia, pero ambas mujeres salieron indignadas de la comisaría. «¿Sabe qué nos dijeron? Que teníamos que esperar 24 horas. Era una menor. Tenía siete años. Yo me desesperaba porque en esas cuatro horas que pensé que estaba en clases ya se la pudieron haber llevado a cualquier parte».
La desaparición de la niña ocurrió entre los 150 metros que separaban su casa y la esquina en que debía encontrarse con su amiguita. «Hubo una hipótesis de un vecino que dijo que la llevaron en un auto rojo. Ese hombre que dijo eso ya falleció. Después dijeron que se fue con un tío en bicicleta. No sabemos la verdad».
LOS GOLPES
Mientras Yolanda y Estela, su mamá, buscaban desesperadamente a Natalia, las sorprendió una fuerte acusación. «Me acusaron de que yo maté a mi hija. Un día fueron y allanaron mi casa. Rompieron todo en la pieza de los chicos y ahí encontraron un pozo negro que ni sabía que existía. Yo estaba embarazada y no había ningún médico con esa gente que entró a mi casa».
Luego supo que esa sospecha se fundó en que los dos guardapolvos de Natalia estaban en su casa. Su respuesta es sencilla: «Hacía frío. Ella no llevó guardapolvos porque tenía un buzo bordó y un pulóver rosado. Tenía que abrigarse».
También recuerda que la búsqueda se centró en sus familiares y allegados. «Detuvieron a mi expareja, el papá de mi segundo hijo. A mi mamá le habían preguntado si yo estaba en pareja y cuando ella les contó que me había separado hacía un tiempo de él, lo acusaron de haberse llevado a mi hija. Estuvo un mes en la comisaría».
Meses después, con la pista de que Natalia podía estar en Paraguay, ambas mujeres cruzaron la frontera. «Con mi mamá nos fuimos hasta el Palacio de Justicia. Dejé a mi hija de dos meses y medio en Corrientes y nos fuimos. Entró mamá y le dijeron que sí, que Nati pasó por ahí, pero que un alto funcionario de Corrientes les dijo que yo le di en adopción. A ella casi le dio un ataque. Yo tengo el documento, su partida de nacimiento, sus fotos. ¿Cómo la iba a dar en adopción?». Con esa sola respuesta, en el vecino país, se desentendieron del caso y así comenzó a diluirse la búsqueda oficial de la niña.
LA CARGA
A Yolanda la acusaron de muchas cosas. De no haber querido a su hija, de venderla, de darla en adopción e incluso, de matarla. «Me dijeron muchísimas cosas y yo con un dolor terrible. Me jugaron muy mal. A los pobres siempre nos juegan todo mal».
Pero, entre todas las acusaciones, hay una que le pesa más. «Mi remordimiento es que ese día la dejé que vaya sola. Nunca uno se olvida, yo sé que también fui culpable por no haberle acompañado a mi hija, pero no podía». Llora cada vez que se acuerda.
Pocas personas saben que cuando Natalia fue raptada, Yolanda cursaba el octavo mes de un embarazo con complicaciones y el reposo era una indicación.
Semanas después, nació su tercera hija, Evelin Natalia. Le puso el segundo nombre por su hermana.
Yolanda tiene ocho hijos y nueve nietos. «Ella es la mayor de todos. Pero no alcanza el vacío que yo tengo en mi corazón. Nunca me olvido. Todos los días de mi vida me acuerdo de ella. Duele, duele mucho. Yo sufro mucho el Día de la Madre, el cumpleaños de ella. Para mí no hay Día de la Madre, fiestas tampoco. Porque siempre me falta ella, aunque siempre está en mi corazón. Nunca jamás me olvido».
Las fotos, otra forma de tenerla cerca
En la casa de Yolanda Falcón hay muchas fotos. De sus hijos, de sus nietos, de los cumpleaños, de los actos de la escuela. «Yo soy una loca de las fotos», dice y muestra los álbumes en donde quedan impresos los recuerdos. Entre todas las imágenes, las de Natalia en distintos momentos de su infancia son las más gastadas.
«Este es de cuando ella era bebecita, acá cuando cumplió un añito, en la casa de su abuela, acá, cuando ella era más grandecita, cuando iba a jardín, acá está con su hermanito, Néstor… Pero hay una que es la que tengo más actual. Se la sacamos dos meses antes de que se la lleven. Esa es la que me queda», dice y se levanta a buscarla.
Si ya no fuera terrible que se llevaran a su hija, por poco también se llevan sus fotografías. «Yo tenía muchas fotos de ella en la escuela y el jardín, de los actos. En esas fotos se la veía bien, como para identificarla. La Policía se las llevó, me dijeron que era para difundir su imagen, pero después no me las devolvieron más. Hasta eso… Por suerte me quedan estas. Estas no se las quise dar y siempre las miro para volver a ver a mi hija».
También tiene dos cuadros grandes. Uno, de cuando Natalia era todavía una beba y la otra que mandó a hacer con un pintor en donde se la ve un poco más grande.
El cuadro en el que Natalia aparenta tener cinco o seis años, es lo primero que se ve dentro de la casa donde vive con algunos de sus hijos y un nieto. Yolanda lo mirá y repite: «Ella siempre está conmigo».
«En todas las fiestas, sus hermanos se sacan fotos con el cuadro de ella. Salvo mi hijo, Néstor, que tenía dos años cuando a ella la llevaron, sus otros hermanos no la conocieron, pero saben que es su hermana y quieren tener sus fotos con ella», cuenta.
En su antebrazo derecho, con grandes letras adornadas, Yolanda tiene un tatuaje. Un solo nombre: «Natalia».
Un mensaje para cada fecha especial
Natalia Soledad Falcón nació el 8 de abril de 1987. Hoy, tiene 35 años. Su mamá, que tenía 22 cuando la vio por última vez, tiene 49. Como la búsqueda oficial se cerró hace tiempo y la familia no cuenta con los recursos para continuarla, la esperanza se centra en las redes sociales.
En Facebook, por ejemplo, proliferan las páginas y grupos especializados en búsqueda de personas desaparecidas. «Yo trato de poner siempre algún mensaje porque pienso que ella lo puede leer. En una de esas ella también me está buscando…».
Cada tanto, en alguno de estos espacios, aparece un mismo mensaje que Yolanda le deja a su hija. «Hola, Nati, soy tu mamá, estoy haciendo esto para encontrarte. Hola, soy Yolanda Noemí Falcón, soy la mamá de Natalia Soledad Falcón. Se perdió el día 17/05/1994, para ese entonces tenía 7 años. Estoy publicando esto para que publiquen y puedan compartir».
«Yo no entiendo mucho de cómo manejar las redes, pero le pido ayuda a mi hija o mi nuera y les pido que ellas compartan el mensaje. Trato de que siempre, para su cumpleaños, las fiestas o el Día de la Madre, el mensaje esté. Si ella me busca también, eso le puede ayudar», explica.
Por cualquier información sobre Natalia, el grupo de Facebook Dónde Estás, es una opción, o el número policial 911.
Una abuela incansable que no pierde la fe en que su nieta regrese
Natalia fue la primera hija de Yolanda, pero también, la primera nieta para Estela Candia. Madre de Yolanda, esta mujer, que hoy tiene 74 años, fue la otra gran protagonista en la búsqueda de la niña.
«Como yo estaba sola y con mi panza grande, mi mamá fue la que me acompañó por todos lados. Ella también sufrió mucho y es la que más sabe de las cosas duras. Y ahora de viejitala que me va contando es ella. De lo que dijeron, de las sospechas, de todo eso».
Estela vive en el barrio Nuevo, nunca se mudó de ese lugar. «Ella siempre estuvo ahí. Está en el mismo lugar donde conoce a su nieta».
Niños desaparecidos en Corrientes:
los tres casos emblemáticos
En la provincia, además del caso de Natalia Soledad, hay otros dos que son emblemáticos. Son, el de Carlitos González y el de Miguel Ángel Bejarano, dos niños presuntamente raptados cuyos destinos son un misterio hasta hoy.
Carlitos tenía dos años y vivía con su familia en el paraje La Bolsa de la localidad de Santa Lucía. La última vez que sus padres lo vieron fue la tarde del 26 de diciembre de 1993. Su tía lo llevó a la fiesta de cumpleaños de un vecino. El nene desapareció, mientras los otros niños jugaban. Alguien se lo había llevado, lo vieron llorando dentro de un auto rojo que partió en dirección a la Ruta Provincial Nº 27. Nunca lo encontraron.
Miguel Ángel tenía nueve cuando desapareció la siesta del 25 de enero de 1998 en la localidad de Esquina. Había salido de la casa de unos familiares con los que almorzó, pero no regresó a su casa. No hubo testigos y hasta hoy, su padre insiste en que se intensifique la búsqueda.