Nació, se crió y debutó en Regatas Corrientes. De chico hacía básquet, también voley, natación, remo y hasta ajedrez.
El año es 2003 y un niño rubio, escuálido y no más alto que el resto llega a su club. Juega al básquet, después al voley, un rato al tenis de mesa, otro momento practica remo y finalmente se decanta por el ajedrez. La vida es buena, no hay preocupaciones.
Corre y no se queda quieto. Está acá, allá y donde se imaginen. Una sonrisa en la cara y los cuidados de su madre detrás. Es feliz, ¿qué más puede pedir?
Le dicen Potrillo y a medida que pasan los años esas disciplinas empiezan a monopolizarse y sólo queda una al final del día. Zurdo desbocado, aquella energía desmedida se concentra y explota de la mejor manera.
Pronto el estadio grita su nombre. Un triple en su debut lo catapultó al estrellato inmediato, «Potri, Potri, Potri», exclaman los de afuera. No le dicen por su apellido, lo conocen de siempre, porque está en su casa, en su club, en Regatas.
Juan Pablo Arengo. ¿Quién más si no? Nació, se crió y debutó en primera en Corrientes, en su ciudad y en el equipo que le puso por primera vez una naranja. ¿Cuántos pueden decir lo mismo? Sin buscar responder esa pregunta, el escolta sólo deseaba divertirse y en el José Jorge Contte, al igual que sus cuatro hermanos y tres hermanas, conoció el básquet y la vida misma.
«Regatas fue mi segunda casa. Hacía todos los deportes que existan de chico. Saqué muchas cosas del club, desde amigos hasta valores. Pasé veranos enteros en Regatas, nadando, en la playa, jugando al básquet y mucho más», le confiesa Juan Pablo a Básquet Plus.
Agradecido de sus padres, ambos deportistas en su época, los elogia rápidamente: «Ellos me decían que el deporte era lo más sano, que me enfoque en eso y que nada me saque de eje. También que siga bien en la escuela, que aprenda inglés, si el día de mañana tengo hijos, voy a replicar los mismos principios, sin obligarles a hacer lo que no les gusta y llevándolos desde chicos al club para que vivan lo mismo que me tocó a mí».
En esa parafernalia de disciplinas (en todas era muy bueno) la situación hubiera parecido difícil para otros, pero Potrillo decidió como en la cancha, rápido y sin vueltas, cual amor sin rodeos de Gustavo Cerati. Los resultados deportivos en el básquet no tardaron en llegar y el panorama estaba claro. Era el lugar en el que siempre quería estar.
«A los 13 años uno no tiene noción de lo que está viviendo, pero cosas como quedar en la selección de Corrientes, ir a competir a los argentinos y a distintos torneos nacionales en los cuales aprendí mucho fueron orientándome hacia mi decisión de que quería ser jugador de básquet», explica Arengo.
A los 14, tan solo un año después, se lo propuso en serio. Paso a paso, pulgada a pulgada y sin creérsela, siendo amigo de sus amigos y con entrenadores y familiares que lo mantuvieron en la tierra, Juan Pablo creció como un árbol y las condecoraciones se fueron acumulando. Pero nadie, ni él mismo, estaba preparado para lo que vendría después. Un llamado puso fin a su utopía y se rompió la ilusión para dar lugar a la realidad.
-¿Cómo va Potri? Vení, equipate que estás en la lista de buena fe y hoy jugás con el equipo de la Liga Nacional. La sonrisa se abrió como sus pasos al costado para generar espacios y tirar de tres. No lo podía creer, con 15 años tendría la oportunidad de debutar en la Liga Nacional en la temporada 2011/12, de la mano de Nicolás Casalánguida al frente del plantel superior. Antes, sin embargo, ocurrió una curiosa anécdota: «Estaba haciendo la entrada en calor y me llaman para decirme que no iba a poder jugar porque no tenía los estudios médicos solicitados. En esa época las fechas eran los viernes y los domingos y el sábado a la mañana recién pude completarlos, entrando el último de esos días a la cancha después de un gran trabajo del equipo. Al principio no caía porque fue todo muy repentino, y recién después del partido me dí cuenta de lo que pasaba. ¡Temblaba! No podía hablar de los nervios».
Juan Pablo, desde ese día no dejó de subir, siempre soportando los golpes de las circunstancias, cambiando su mecánica de tiro a base de bajos porcentajes iniciales, «al comienzo no la metía una, cuando modifiqué mi técnica de lanzamiento recién», se confiesa y manteniéndose frío, con la confianza alta y esperando su chance.
Fue parte del plantel campeón de la Liga Nacional una temporada después, lo convocaron al seleccionado argentino U17, en el que terminó siendo el máximo anotador del certamen, y llegó a ser parte U18 que se clasificó al Mundial de su categoría en Grecia.
Por otro lado, en la Liga Nacional sus minutos todavía seguían siendo irregulares y hasta la temporada 2016/17 no llegó al doble dígito en tiempo en cancha. No se quedó en el reproche, absorbió como esponja los conocimientos de quienes estaban adelante y lo usó a su favor. Paolo Quinteros, Nicolás Brussino, Donald Sims, Javier Martínez… Los maestros ejercían la teoría: «Cuando ves jugar a esos basquetbolistas, lo replicás constantemente. La forma de poner los pies, cómo pararme de frente al aro, estar con ellos, adaptarlo a mis fundamentos y demás lo vas absorbiendo, sacando un poco de todos para complementarlo paulatinamente. Siempre traté de entrenar sus movimientos para después plasmarlos en el rectángulo».
22,3 minutos en la 2017/18, 17,9 en la 2018/19, 15,6 en la 2019/20. A pesar de todo, la irregularidad continuaba siendo un factor. También su mentalidad y fortaleza mental lo acompañaron en esos momentos. Sabía que su tiempo llegaría, sólo tenía que saber esperar. Como el que sabe comer, sabe aguardar, la transición definitiva se produjo en la última temporada, cuando pasó a promediar 11,2 puntos en 24,1 minutos que le permitieron ser uno de los más importantes del plantel.
«Hice el click mental. Sé que estoy preparado para producir ofensivamente y si tengo la pelota en las manos lo puedo hacer. Por suerte lo conseguí la campaña pasada, a pesar de que los resultados no salieron como pensábamos», exclama con emoción y bajando la voz, mostrando esa humildad característica que lo hace tan querido por todos. No le gusta hablar de él, prefiere dejar que su juego lo haga. Y el trabajo duro paga siempre. Él no fue la excepción. Ese buen rendimiento le dio la chance de tener su primera experiencia internacional. Se fue a Colombia, incrementó aún más esa confianza y quedó listo para el próximo desafío.
Pero Potrillo sigue siendo aquel niño que sólo quería divertirse. Juega por su padre, por su madre y sus amigos. No se olvida de ninguno, los ama a todos. Tampoco dejen de recordarlo, porque lo suyo recién está empezando. De Corrientes, de Regatas. Ese es su club, esa es su casa y en el día de hoy está celebrando su cumpleaños número 25, ni más ni menos.
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