Josemir Lujambio, delantero uruguayo que contribuyó de gran manera al ascenso de Huracán Corrientes a la Primera División del fútbol de AFA.
Pasó por un sinfín de clubes en el fútbol argentino, a pesar de no gustarle el deporte, y hoy tiene un estilo de vida totalmente diferente.
Aunque el fútbol lo llevó lejos, nunca fue su verdadera pasión. Lo eligió como medio para alcanzar un objetivo muy distinto: vivir rodeado de naturaleza. Su anhelo desde chico era convertirse en ingeniero agrónomo, y ese deseo lo acompañó incluso cuando dejó su «Durazno» natal para sumarse a las filas de Defensor Sporting e iniciar su carrera profesional.
Antes de eso, pese a jugar en un equipo amateur del interior, ya había llamado la atención y logrado ser convocado a la Selección Uruguaya Sub 20.
LA CARRERA DE
LUJAMBIO Y SU VIDA
EN LA ACTUALIDAD
En tiempos donde los jugadores se planifican desde las inferiores, lo de Carlos Lujambio fue a contramano. Tres veces dijo «hasta acá llegué» y tres veces volvió. La primera despedida fue a los 24, cuando estaba pescando tranquilo en una laguna. Hasta que apareció Julio Ribas (ex volante central que jugó en Mandiyú), en aquellos días técnico de Sudamérica de Uruguay, necesitaba un 9 y terminó encontrando un potro que no dejaba pasar un pelotazo sin correrlo.
Con él en cancha, Sudamérica subió a Primera División. Lo mismo hizo en Argentina, en Huracán de Corrientes, donde clavó tres goles en la final del ascenso, el «azulgrana» orientado por Humberto Zucarelli había empatado en el juego de ida en el «gigante» del Berón de Astrada con Talleres 2 a 2. La revancha se jugó una semana después en el «Chateu Carreras», hoy Mario Alberto Kempes y sucedió lo que nadie imaginó. Huracán Corrientes goleó a Talleres a domicilio por 4 a 1, tres esos goles lo anotó Lujambio.
Después vinieron las camisetas pesadas: Newell’s, Belgrano, Banfield, y siempre lo mismo: goles que valen partidos, clásicos, permanencias y campeonatos. De cabeza, con la zurda o la diestra. Los testarazos los disfrutaba más porque le costaron: de chico se había comido un golpe duro y le había agarrado miedo. Pero aprendió tarde y bien, con un salto que parecía más de NBA que de AFA.
Lo curioso es que empezó como arquero en el «baby» fútbol. Y años después, en México, se dio el gusto de atajar un rato con la 1 en la espalda. Fue antes de su segundo parate.
Estuvo casi un año sin jugar hasta que el entrenador Luis Garisto lo llamó para una misión imposible: salvar a Instituto del descenso como habían hecho antes juntos en Banfield. Llegó al club y confesó ser hincha de Belgrano. Se ganó puteadas todo el torneo… hasta que metió los goles del milagro. Y ahí, claro, cambió insultos por aplausos.
La tercera fue la vencida. Esta vez colgó los botines de verdad.
Se retiró a su campo, donde cría ovejas y se levanta a la hora en que antes se iba a dormir. No volvió a tocar la pelota, pero sigue tiñiéndose el pelo, como en los viejos tiempos. A la cancha iba sin saber contra quién jugaban, pero entendía lo esencial: que el objetivo era meter la pelota en el arco rival.
Ah, y hay una perlita que pinta su carrera de cuerpo entero. Bilardo, técnico de Boca, buscaba un goleador confiable. Le preguntó a su mujer, Gloria, y ella no dudó: «Traé a Lujambio».
Curiosidades del deporte y de sabiduría futbolera.

