En octubre de 1982 en el Luna Park, se desata la primera gran revolución del voleibol argentino, de la mano del coreano Young Wan Sohn, el gran formador. Un grupo de jóvenes hace historia con la medalla de Bronce en el Mundial de Buenos Aires, tras un inolvidable partido ante Japón (3-0), luego de caer en semifinales ante Unión Soviética (0-3).
La gente empieza a jugar al voley en los parques, surgen émulos de esos chicos irreverentes. Hay un N° 7, flaco, alto, que lució endemoniado en el torneo en los ataques centrales ante cada armado de Waldo Kantor. Se llama Hugo Conte. Tiene 21 años.
En Octubre de 1988, en los Juegos de Seúl, esa camada que seis años antes brilló en el Mundial llega a los Juegos Olímpicos.
La de Daniel Castellani, Esteban Martínez, Waldo Kantor, Hugo Conte (con el N° 7), Jon Uriarte y Raúl Quiroga, entre otros. Sueñan con una medalla. Avanzan a semifinales. Unión Soviética (otra vez) es una muralla literal con su bloqueo. La Argentina pierde 3-0 y va a jugar por el tercer puesto con… ¡Brasil! Adrenalina, nervios, presión. Victoria por 15-9 en el quinto set. Éxtasis y Podio.
Hugo tiene 27. ¿Facundo? Recién nacería en agosto del año siguiente, pero su futuro padre y Sonia, también voleibolista, lo tenían más en mente.
La medalla de Bronce de Seúl 1988 la ganaron Daniel Castellani, Daniel Colla, Hugo Conte, Juan Carlos Cuminetti, Alejandro Diz, Waldo Kantor, Esteban Martínez, Esteban de Palma, Raúl Quiroga, Jon Uriarte, Carlos Weber, Claudio Zulianello de Argentina y su entrenador Luis Muchaga.
Ya en septiembre de 2000, en los Juegos de Sydney, el voleibol cambió casi todas sus figuras de Seúl. Los periodistas extranjeros se acercan en la sala de prensa para preguntarles a los argentinos: «¿El 7, Conte, es el mismo Conte, es Hugo?». No lo pueden creer. Sí, es el mismo de Seúl pero con 37. Ahora juega con Javier Weber, Marcos Milinkovic, Jerónimo Bidegain y el Caño Spajic. Acaban de ganarle en cuartos a Brasil (3-1), una victoria con la que nadie contaba.
«Esto es más que Seúl», grita Hugo en una noche mágica, en la que a pocos metros las Leonas accedían, casi en simultáneo, a la final del hockey. Otro sueño argentino que vuelve a chocar…¡con Rusia! Derrota por 3-1 y luego caída por 3-0 con Italia. Terminan cuartos. ¿Facundo? Tenía 11 años y también dos hermanas: Camila y Manuela.
Facu, contó alguna vez, dormía con una pelota de voley. Practicó varios deportes (atletismo, natación, handball y fútbol) porque todo le salía fácil. Pero el voley… ¡los genes paterno y materno eran demasiado fuertes!
Hugo Conte en Sydney 2000, a los 37 fue semifinalista tras un notable triunfo sobre Brasil.
En agosto de 2021, en Tokio. A una hora y media de vuelo de Seúl. Oriente en sus vidas grabado a fuego. Facundo está a unas semanas de cumplir 32 y explota de emoción. Se abraza con sus compañeros. Tiene empapada de sudor y de honor la mítica camiseta N° 7.
Papá Hugo, con 58, llora y llora escalones arriba, en plena transmisión de TyC Sports, para la que oficia como comentarista. Pegó tres «SI» consecutivos monumentales porque sabe lo que es ganar en los cuartos de final en Juegos Olímpicos o Mundiales. Es soñar por todo o irse con un diploma. Llora por eso y porque al lado suyo tiene a José Montesano, que con su relato es capaz de conmover a las estatuas.
La historia de los Conte, padre e hijo, no es nueva, pero siempre tiene un hilo conductor que los renueva, que los hace sentir vivos, plenos. Quien haya tratado a Hugo, sabe lo que es: un emblema deportivo, pero ante todo una persona cabal, un formador, un generador de principios. Un espejo familiar. Por eso no extraña que Facundo sea lo que es, como deportista y como parte de un grupo que renueva las ilusiones del voley. Que nuevamente queda en las puertas de conseguir lo más importante de su historia, este jueves. ¿Ante Rusia? No, con Francia.
El camino no fue fácil para Facundo, que alguna vez hasta se planteó la posibilidad de dejar el deporte, en plena adolescencia, por aquello de «ser el hijo de». No sabía si lo ponían porque era bueno o «El heredero» como lo bautizaron. Quien vio su evolución y lo observa hoy, no tiene dudas de que se está ante una suerte de reencarnación de la leyenda. Hasta con su misma barba. La leyenda con quien supo jugar en el club de sus amores: Geba. Y a quien tuvo también como entrenador en Catania, de Italia, donde es un emblema.
«Estoy tremendamente orgulloso de ser hijo de un grande como él», le dedicó con un video en el último Día del Padre.
