A 60 años de Nostra Aetate, se advierte crecer una persecución de guante blanco por parte de una cultura del pensamiento único, cada vez más intolerante con el otro, transida de crímenes aberrantes y de una prédica contumaz de odio.
Nostra aetate, Declaración del Concilio Vaticano II conocida por sus primeras palabras (traducidas del latín, «De nuestro tiempo») es uno de los documentos más breves dea la magna asamblea. Sin embargo, produjo un giro copernicano, y como consecuencia del mismo, una transformación completa en la pastoral de la jerarquía eclesiástica que se mantuvo vigente durante siglos y siglos.
En efecto,a cambió significativamente el enfoque de sus relaciones con las religiones no cristianas, que a partir de ese momento comenzaron a ser valoradas positivamente desde la propia fe católica.
Para comprender el giro, basta recordar la tradicional estampa ecuestre de Santiago Matamoros, cuyo santuario goza de una llamativa popularidad, en la que el Santo aparece impartiendo feroces mandobles a los caídos cuerpos de fieles de Alá.
Esta nueva actitud no debe ser leída como una claudicación vergonzante de las propias creencias, según suelen interpretar los espíritus más conservadores, sino como una mejor comprensión de la dignidad de las personas y de sus derechos. No se trata de diluir las diferencias en un sincretismo, sino de la posibilidad de poder construir un futuro común.
DEL ANATEMA AL DIÁLOGO
Hasta entonces, era frecuente encontrar entre las confesiones religiosas una actitud de reticencia, e incluso de oposición, como consecuencia de ser consideradas unas y otras ajenas a la verdad religiosa divinamente revelada. No es que con la Declaración se cambie ni una coma de la doctrina de la Iglesia, pero sí hay ahora otra perspectiva en el enfoque.
La parte principal del texto se refiere al judaísmo, en virtud de que el cristianismo encuentra en él su propia matriz y hasta podría considerarse -mirado desde ese origen- como una suerte de herejía del mismo. La gente del pueblo llamaba Rabí a Jesús.
Cristianismo y judaísmo constituyen en cierto modo dos momentos de una misma y única verdad.
Pero no siempre fue así. Los cristianos calificaron a los judíos como un pueblo deicida, a tal punto que, según una opinión común en el judaísmo, ellos no pueden considerarse completamente exentos de alguna relación con el antisemitismo. Esto sería en realidad una contradicción, porque constituye una verdadera negación de su propio mensaje.
La cuestión es que resultaba necesario discernir uno y otro, y algunas personalidades judías como Jules Isaac y Abraham Heschel tuvieron una influencia decisiva en ese proceso que cambió una historia de siglos. Todavía subsisten bolsones muy minoritarios de prejuicios entre los cristianos, pero ellos quedaron recluidos en un arcaísmo histórico, aunque han revivido con ocasión de la guerra de Gaza.
Debido a esta circunstancia, la Declaración ha sido objeto de una preferente atención durante estos sesenta años respecto del judaísmo y también han suscitado interés, aunque menor, las relaciones interreligiosas con el Islam. Las otras religiones, como el hinduismo y el budismo, en cambio, se hallan a considerable distancia de ese paradigma.
EL SENTIDO DE UN VIAJE
El Papa Francisco ha dado pasos considerables para achicar esa diferencia, como producto de una de sus reglas pastorales más características: ver las cosas desde la periferia. Esta actitud ha suscitado cierto desconcierto en los países de antigua tradición cristiana, que han interpretado ese interés periférico como una desconsideración hacia su identidad histórica.
En dicho contexto, el escritor español Javier Cercas, publicó este año un bestseller descriptivo de un viaje a Mongolia que hizo acompañando al Pontífice argentino, casi al final de su vida. Cercas es ateo y piensa que el lenguaje de la Iglesia es viejo, oxidado, cursi y a menudo incomprensible, pero el relato de su itinerario es muy amigable y, sin proponérselo, muestra un rostro del cristianismo enormemente positivo y hasta diríase que conmovedor. Hace pocos días, el presidente de Mongolia, Ukhnaa Khurelsukh, devolvió esa visita invitado por el Papa León XIV.
Por Roberto Bosca,
publicado en Infobae.

