Por Noelia Irene Barrios
EL LIBERTADOR
«Había una vez un molinero pobre que cuando murió sólo pudo dejar a sus hijos por herencia el molino, un asno y un gato…». Así comienza El Gato con Botas y Valentín y Santiago, dos nenes de nueve años que viven en el Patono, dicen que este es su cuento preferido. Quien se los leyó por primera vez fue Alida Gómez, fundadora de la biblioteca popular de ese barrio y quien también les enseñó a leer y escribir. Esta es la historia del taller que impulsa hace años con otras mamás del lugar para promocionar la lectura como práctica y herramienta de cambio social. En diálogo con EL LIBERTADOR, contó que allí se reúnen para encontrarse con los libros y estimular la imaginación, por eso el nombre del lugar: Encuentros para volar.
La biblioteca está en la esquina de la avenida Argentina y la calle Estocolmo, al Sur de la Capital. Es fácil de reconocer porque en el frente hay un gran mural hecho con tapitas de gaseosa donde se puede leer el nombre. Allí, por lo general, están o Alida, o Graciela Agüero, su compañera y gran apoyo en el proyecto, además de las mamás y los chicos que se acercan a leer un rato o a hacer sus tareas.
La historia del espacio comenzó en 2008, con la entrega de las viviendas en la zona y un particular regalo para las familias beneficiadas. «Dentro de cada casa había un estante con 18 libros porque buscaban incentivar la lectura en la gente», explicó Graciela. A partir de entonces, con la ayuda de trabajadoras sociales que se acercaban a explicarles sobre la importancia de la lectura, el lugar se convirtió en un punto de encuentro entre las mamás al que fueron sumando actividades comunitarias.
«Cuando empezamos a reunirnos sólo teníamos revistas, no teníamos libros. Pero igual, nos juntábamos a leer y los chiquitos veían a sus mamás y así comenzaban a sentir curiosidad por la lectura», mencionó Alida. Y, sobre Graciela agregó: «Ella venía, pero al principio decía que nunca iba a leer porque no le gustaba. Pero un día, durante una ronda de juegos, sola pidió leer un párrafo. Nos quedamos todos sorprendidos y re felices. Hoy es una de las más comprometidas con la lectura, incluso fuera del barrio».
Alida también contó que lo que siempre quiso fue transmitir el amor y el disfrute por los libros. «Yo quería compartir mi gusto por los libros, sin que sea un esfuerzo. Porque jugamos mucho acá. Ellos aprenden con el juego y para cuando se dan cuenta ya están leyendo». El cariño que demuestra su gente por la biblioteca, dice que lo logró.
ESFUERZO
El camino no siempre fue fácil y lo logrado es fruto del esfuerzo de Alida y sus compañeras. «Al principio sólo teníamos revistas, pero las leíamos con mucho entusiasmo. El ejercicio era imaginarnos como las personas que estaban en las fotografías», recordó Alida.
«Una tarde, cuando caminaba por la Costanera, vi gente alrededor de unos libros que alguien dejó para llevar. Yo me quería traer todos, una señora me preguntó por qué y le conté que estábamos empezando con la biblioteca en el barrio. Ella me escuchó, me pidió mi número y después me llamó y me dijo que nos esperaba en el colegio Yapeyú. Nos recibió con una merienda y nos donó diez bolsas de libros. No lo podíamos creer. Fue como que nos regalara un auto. Así comenzó el taller», recordó.
En poco tiempo su trabajo comunitario comenzó a tener reconocimiento afuera del barrio. «Nos ganamos premios, participamos en la Feria del Libro. Algunos de nuestros chicos y una señora que venía a colaborar pudieron conocer la Costanera por primera vez y todo gracias a la lectura. También me dieron un premio Nación. Fue en 2017, me llamaron y me invitaron a un evento con gente de todo el país. A nosotros nos regalaron una caja con 700 libros. Fue hermoso, era una felicidad para nuestro taller», contó.
Sin embargo, más allá del reconocimiento, Alida y Graciela se quedan con lo que hicieron en el barrio. «Hay chicos que ahora ya son mamás y papás, y siguen viviendo con sus hijitos. Niñas y niños que aprendieron a leer con nosotros y que disfrutan estar acá después de tanto tiempo. También nos llamaron de una escuela para pedirnos que ayudemos en mejorar la lectura de los alumnos porque venían con bajos niveles. Aceptamos, fuimos con nuestra ‘valijita viajera’ cargada de libros y empezamos a leerles nuestros cuentos. La respuesta de ellos fue hermosa, escuchaban, preguntaban y siempre quedaban con ganas de saber qué pasó con la historia», relató Alida.
«Ella sabe cómo engancharlos a los chicos con los libros. Le gusta jugar con ellos, les lee hasta un punto y los deja con la intriga y a ellos les gusta y se nota. Al final de ese año de lectura en la escuela fuimos a hablar con la directora y estaba muy contenta porque notó el cambio y dijo que los chicos mejoraron un montón», agregó Graciela.
Pero además de los chicos, el cambio también lo notaron en las vecinas y vecinos de la biblioteca. «A una de nuestras mamás que venía a leer con nosotras a la siesta, un día el marido le preguntó qué hacía acá. Ella le contó y él le pidió que le lea a él también. Entonces comenzó a leerle cuentos para que él duerma su siesta y después se venía. Otra señora le leía cuentos a su marido mientras viajaban en un camión. De esas anécdotas tenemos un montón y nos ponen muy contentas», dijo Alida.
EL CHICO
QUE PUDO MÁS
Ellas son conscientes que viven en un ambiente difícil. La pobreza, la inseguridad y las drogas son problemas presentes en el barrio. Por eso también hablan de la biblioteca como un refugio para los chicos y las mamás. Graciela recordó, por ejemplo, el caso de un adolescente que un día las sorprendió.
«Él vivía cerca y a nosotras siempre nos decían que tengamos cuidado porque nos podía hacer algo. Pero él solito vino un día y le dijo a Alida que quería aprender a leer y terminar su primaria. Y lo hizo. Un chico con problemas de adicciones que se enganchó con los cuentos. Con él, después vinieron otros más. Fueron los que más la cuidaron a ella, se aseguraban que llegue bien a su casa, cuidaban la biblioteca. Esas son las cosas más hermosas. Todos hablaban mal de él y resulta que demostró que podía hacer más. Eso no nos lo quita nadie», dijo.
Charles Perrault publicó El gato con botas en 1697. Y 327 años después, su cuento sigue maravillando a los chicos de un barrio que encuentran en esa historia una ventana a otros mundos posibles, aun cuando los rodee un contexto difícil. Todo gracias a la labor de Alida, Graciela y toda la gente que colaboró y sigue apostando a esta biblioteca popular.
El viernes 8, Alida recibió un reconocimiento de la Provincia por su labor como promotora de la lectura en el barrio. Pese a los problemas para mantener el espacio y conseguir más libros, está convencida: «La biblioteca y el taller van a continuar».
Quienes quieran ayudar y donar libros pueden enviar un mensaje a la página de Facebook Taller de Lectura Patono. Todo será muy bien recibido.
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