En su Mensaje por Navidad, el arzobispo de Corrientes, monseñor José Adolfo Larregain, hace referencia a los sufrimientos de la humanidad y en especial de quienes padecen los daños del temporal de inicio de esta semana en la Capital de la provincia y otras localidades, a quienes les asegura que “no están solos” y asimismo destaca la solidaridad de tanta gente, que “es Evangelio vivido; es el Niño Dios naciendo hoy en gestos concretos de fraternidad”.
“Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
En esta Navidad, marcada por luces y sombras, la Iglesia vuelve a proclamar con fe y esperanza: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz» (Is 9,1). Esa luz es Jesucristo, el Hijo de Dios que nace en la sencillez de un pesebre para acercarse especialmente a quienes hoy cargan dolor, pérdidas e incertidumbre.
En los últimos días, nuestra provincia de Corrientes se ha visto duramente golpeada por el temporal: lluvias intensas, inundaciones, familias evacuadas, viviendas dañadas y bienes perdidos. A muchos la Navidad los encuentra en medio de la angustia, lejos de su casa o intentando recomenzar. A todos ellos queremos decirles, con palabras y con gestos: no están solos.
El Evangelio nos recuerda: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Dios no se mantiene distante del sufrimiento humano; entra en él. Jesús nace pobre, vulnerable, sin seguridades, para compartir nuestras fragilidades. En Belén, como decía Benedicto XVI, Dios se hace cercano y nos enseña a confiar incluso en la noche (cf. Audiencia General, 22 de diciembre de 2010).
En medio de esta situación, queremos dar gracias a Dios por la solidaridad que se ha puesto de manifiesto: vecinos ayudando a vecinos, voluntarios, comunidades parroquiales, Cáritas, instituciones, fuerzas de seguridad y tantos hombres y mujeres que no dudaron en tender una mano, asistir a los evacuados, acompañar a los damnificados y compartir lo poco o mucho que tenían. Esa solidaridad es Evangelio vivido; es el Niño Dios naciendo hoy en gestos concretos de fraternidad.
Por eso, en esta Navidad, renovamos algunas actitudes que brotan del pesebre:
Contemplar al Niño Jesús, especialmente desde la realidad que nos toca vivir, para descubrir que Dios se hace presente también en la precariedad y en el barro de nuestra historia.
Cuidar la vida y la dignidad de cada persona, sobre todo de quienes más han sufrido las consecuencias del temporal: los pobres, los enfermos, los ancianos, los niños y las familias que han perdido tanto.
Ser artesanos de esperanza, empezando por lo cercano: una palabra de aliento, una ayuda concreta, una presencia que consuela. Como nos recuerda el Papa Francisco, la esperanza se construye con gestos sencillos, pero perseverantes.
Que esta Navidad no nos cierre los ojos ante el dolor, sino que nos abra el corazón. El Dios que nace en un pesebre nos dice hoy: «No tengan miedo» (cf. Lc 2,10). Él camina con su pueblo y no abandona a quienes confían en Él.
Con afecto de pastor, elevo mi oración y mi bendición:
Que el Niño Dios bendiga especialmente a las familias afectadas por las inundaciones;
que María, Madre de la ternura, consuele a quienes han perdido;
y que San José nos enseñe a cuidar unos de otros con responsabilidad y amor.
Con fraterno afecto en Cristo que nace, los abrazo y les deseo una santa y bendecida Navidad llena de fe, solidaridad y esperanza”.

