Empezaba la década del 80, en el río Antequera, sólo había dos pioneros que navegaban a vela, un europeo que le decían «el Francés» (Jean Pierre Van Rey) con un Laser 660 y mi amigo «Tolé» con un Mar 5. Como ustedes comprenderán en esos lejanos tiempos, con un río corriendo de Norte a Sur y con vientos predominantes de Nord/Este y Este era imposible arribar el río con esas embarcaciones a velas, ya que la nueva tecnología de velas, formas y carenado de embarcaciones no había aún llegado a esta región.
Tolé era un gran amante de la vida al aire libre, le gustaba mucho la caza y las travesías en canoas. Existe una anécdota de cazadores que siempre repetía, más aún cuando yo se la pedía en los círculos de amigos, generalmente en la noche alrededor de una fogata o en la bañera de un velero. Esta es la siguiente: una mañana el grupo de cazadores salió temprano y nuestro amigo Tolé salió algo después para alcanzarlos, sucede que es él, y no el grupo de cazadores que se encuentra con la tiara de chanchos moro, pero qué problema hay, Tolé estaba armado de su rifle, le apunta al último de la tiara, pero oh sorpresa, el disparo no sale y el último chanchito lo divisa y se le va encima, así que es hora de subirse a un árbol, pero en el monte sólo hay matorrales y tacurúes, así que en uno de estos de no más de 40 centímetros, se sube Tole, el chanchito quería hincarlo con sus colmillos y nuestro amigo lo hacía desistir con el caño del rifle. Nunca supimos cómo terminó el encuentro. Esta situación no la viví, pero de tanto contarla ya la llevo en mis recuerdos.
Nuestro capitán eran muy conocido en su ciudad de Barranqueras por ser un médico muy solidario y comprensivo con su gente y además de tener un hijo mayor y dos mellizos pequeños que eran «la piel de judas», y que eran tan conocidos por sus travesuras en Barranqueras como en el club Yapú Guazú, pero es increíble que esos dos mellizos sean ahora dos excelentes y reconocidos doctores y grandes amantes de la vela.
Un mérito especial tiene nuestro capitán, ya que había logrado algo que muy pocos veleristas han conseguido: tener una compañera que lo acompañara en todas sus aventuras. Porque tener una compañera que te acompañe para salir una tarde en el velero a tomar unos mates, son pocas, pero que te acompañen a navegar en cualquier circunstancia son de excepción y así era Eli, la compañera de Tolé.
Volviendo a la navegación… lo conozco cuando ya tenía un Spray 26 de nombre Silver Cloud, pero las condiciones tecnológicas de los veleros seguían siendo iguales, sólo se podía navegar a vela con pocos vientos y en día domingo por razones de trabajo, así que lo que más se ocupaba era el viento de sentina y usar el velero como crucero.
Lo convenzo de venirse al Yapú Guazú, donde se siente muy cómodo y creamos la Comisión Náutica de ese club de pescadores y cazadores.
Decidimos crear una escuela náutica, para difundir el deporte de la vela, (estimamos que es la primera de la zona, el Regatas Resistencia había tenido un intento antes, pero sin trascendencia). Desgraciadamente no teníamos ningún respaldo o autoridad docente para enseñar, así que decidimos realizar una travesía, con el Silver Cloud, de Antequera a Mar del Plata para conseguir esto como profesores.
Así que el 20 de diciembre de 1983 nos hacemos a la mar, perdón al río, de una Resistencia inundada por las aguas, rumbo al Sur. La tripulación estaba compuesta por el Capitán Tolé y su hijo Guillermo de 15 años, además de mi persona y de mi mujer. Navegábamos de la mañana hasta bien entrada la noche, el río estaba muy alto, así que corría fuerte y pasábamos por arriba de bancos de arena.
Esta primera etapa terminó en la ciudad de Paraná para Navidad, la única anécdota fue un abordaje de noche con un remolcador sin mayores consecuencias, con excepción del «gran cagazo de la tripulación».
La segunda etapa fue a Buenos Aires, a la exclusiva dársena del Yatch Club Argentino (qué paquetería). Todos los contactos con Prefectura y con el Yatch lo hacía nuestro gran amigo el prefecto principal delegado de la Liga Naval en Resistencia, José Domingo Soler.
La tercera etapa se veía más dificultosa, ya que pasar de ser marino de agua dulce a marino de agua salada no es poca cosa, así que se contrató un piloto de yate para nuestra seguridad, este se llamaba Daniel Sánchez Magariños y así nuestra tripulación se incrementó a cinco miembros.
Nos enseñó tres cosas fundamentales: La primera fue que si una ola inunda la bañadera, los imbornales de esta no desagotan el agua rápidamente y es necesario que la parte baja de la entrada del tambucho esté más alta que el espejo de popa del velero, esto no sucedía en el Silver Cloud, así que hubo que colocarle una madera abulonada y sellada, en la parte baja, para cumplir con esta condición. La segunda fue que, si el temporal es muy fuerte del Sur/Este y no se quiere volver a Buenos Aires, será necesario anclar hasta que pase la borrasca. Esto se puede lograr en una profundidad de 20 metros y alejado de la costa y con un cabo de 100 metros, así que ha comprar un cabo de esta longitud. La tercera enseñanza la aprendimos en navegación en el mar saliendo del río de La Plata. El barco iba en ceñida hacia el Este y empezó a entrar agua, sin saber por dónde, finalmente descubrimos que era el inodoro, ya que en un borde entraba y en el otro borde no. Conclusión, en tormenta o con vientos fuerte se deben cerrar todas las válvulas del velero que den al exterior incluso las del motor.
La navegación fue tranquila, donde la suerte influyó, ya que las previsiones meteorológicas no eran lo que son ahora y el tiempo se mantuvo bueno y con un viento apropiado. Arribamos al amanecer a Mar del Plata y había una gran cantidad de personas en la punta del molo por donde pasaríamos, y cuando lo hacíamos esa gente empezó a aplaudir. Finalmente, alguien reconocía nuestra proeza, graso error aplaudían a nuestro piloto que era el futuro tripulante de una balsa que se construía en ese puerto y que cruzaría de las islas Canarias a América. La zarpada de esta balsa a las Canarias se hizo posteriormente el 22 de mayo de ese año.
Este grupo de personas, dirigidas por Alfredo Barragán, que construía esta balsa, de la cual posteriormente se hizo una película llamada Atlantis, andaba a la búsqueda de un tripulante médico y nuestro amigo Tolé reunía todas estas condiciones. Pero después de mucho pensar desistió de tamaña aventura. A mí no me lo ofrecieron, porque no era médico y parece que sabían que tengo el sí fácil para la aventura (perdón lo tenía).
Al otro día, 9 de enero del 1984, salimos en los diarios de Mar del Plata con una foto de nuestro capitán en proa tirando el ancla. Tuvimos que poner Barranqueras como el inicio de nuestra travesía, ya que nadie conocía Antequera. De vuelta en el Chaco, ya teníamos un respaldo docente, o al menos así lo creíamos, para formar una escuela de vela en Resistencia.
Ubicamos unas lagunas artificiales que quedaban después de excavaciones que hacía una fábrica de ladrillos cerámicos para proveerse de arcilla para sus ladrillos. Estas excavaciones luego eran llenadas de agua por las lluvias. Estas lagunas eran: grandes, profundas y de costas firmes y profundas, lo que era fácil para embarcar, pero peligrosas si no se sabía nadar y alguien se caía al agua.
Estas lagunas tenían peces, ya que nosotros los habíamos traídos conjuntamente con los huevos que traían las aves, lo que nunca supimos cómo llegaron los pequeños yacarés.
Ahí se podía ver a nuestro capitán Tolé ahorcajado alrededor del mástil de un pequeño Optimis enseñando a navegar a los alumnos. También diseñamos un simulado de WindSurf para aprender a navegar y lográbamos que los alumnos, en menos de dos horas, estuvieran navegando, cosa que a nosotros nos había costado tres duros y golpeados meses en aprender.
Buscando lugares cercanos para navegar y con poca corriente, nos fijamos en la represa de Salto Grande a 600 km de Resistencia. Allí y gracias a un gran amigo Carlos Rodríguez que es un excelente amante y conocedor de la vela, nos fuimos a Salto Grande con toda la escuela por una semana, donde aprendimos mucho de la sabiduría de este señor, tanto de las regatas como de la puesta a punto y navegación de los veleros. Llevamos el Mar 5 de nuestro capitán Tolé y fue la única vez que pudimos ver navegar juntos a esos dos pioneros de la vela de Resistencia, el Francés y nuestro capitán Tolé. Incluso se hizo una navegación a Federación aproximadamente 40 km río Uruguay arriba con el Mar 5, el Kriptón de Carlos Rodríguez y algunas embarcaciones menores de los socios del nuestro club. Ya estábamos listos para grandes empresas, o al menos así lo creíamos.
Seguíamos en la búsqueda de un lugar cercano para navegar y descubrimos que el río Paraná al llegar a Paso de la Patria llega con rumbo Este-Oeste y de ahí se dirige al Sur, cosa importante ya que en el sector superior de esta ciudad se puede arribar con viento Nord/Este o Norte los cuales son predominantes. Además, las cosas empezaban a ir muy bien, ya que empezaron a llegar los veleros Micro que tenían una tecnología de velas y de carenado superior y navegaban mucho mejor de ceñida que nuestros viejos veleros.
El primer enclave, en Paso de la Patria fue hecho con el patrocinio del club Yapú Guazú en un predio en la playa principal por medio de un comodato dado por la Municipalidad de esa ciudad. Posteriormente, los vecinos de ese sector se molestaron con nuestra presencia y nos fuimos unos 300 mts más río arriba. En este segundo enclave decidimos independizarnos del club Yapú Guazú y fundar nuestro propio club exclusivo de vela El Club de Vela de Paso de la Patria, que posteriormente dio origen al Yacht Club Corrientes. En este segundo enclave, nuestro capitán Tolé desistió de acompañarnos, pero esa ya es otra historia.
Bueno capitán Tolé, aquí lo dejo y tenga todo preparado y en son del mar el velero para cuando lleguemos por allá, y le puedo llevar una buena tripulación.
Por Guillermo Flores Méndez. Promotor de la vela fluvial y de alta mar de los chaqueños.
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