En tiempo de reflexión y reconciliación, una historia que simboliza la inmensa entrega, gratitud y sobre todo refleja el amor al prójimo. La Navidad es la celebración del Nacimiento de Jesús para los cristianos, representa la manifestación del amor de Dios y la esperanza de salvación, renovación de la fe y la paz.
NO ES SOLO UN
DÍA DE FERIADO
Y de eso se trata: en el barrio Primera Junta, el 8 de Diciembre no es simplemente una fecha roja en el calendario litúrgico. Desde hace casi tres décadas, la vereda de Martina Barrios y su familia se transforma en un banquete popular, donde el aroma a choripán y empanadas se mezcla con una gratitud que es pura vida.
Todo comenzó en 1997, en medio de la angustia más profunda que unos padres pueden atravesar. Su hijo, de apenas 7 añitos, enfrentaba un diagnóstico de cáncer. En el silencio de la oración hecha súplica confiada, Martina se encomendó a la Virgen María, en su Inmaculada Concepción.
En diálogo con EL LIBERTADOR, Martina Barrios expresó: «Hice una promesa de fe: si mi hijo sanaba, cada año se celebraría esa vida compartiéndola con los demás».
Hoy, ese niño es un hombre de más de 30 años que ya formó su propia familia, y Martina sigue cumpliendo su palabra.
«En realidad lo hacemos para festejar con alegría a la Virgen. Nosotros, con mi marido, habíamos hecho una promesa porque mi hijo se había enfermado; tuvo cáncer y quedamos bajo la protección de Ella», relata Martina con una serenidad que solo dan los años de convicción. «Dijimos: bueno, todos los años, el Día de la Virgen vamos a festejar, porque esto es vida, es alegría», agregó.
Lo que empezó como una reunión íntima entre vecinos y amigos fue creciendo y con el tiempo, los hijos de Martina crecieron y se convirtieron en profesionales -médicos y abogados-, lo que le dio una nueva dimensión a la celebración.
JUNTOS, POR LOS
MÁS PEQUEÑOS
Desde hace unos cuatro años, la cena de empanadas y choripanes, donde se llegan a repartir más de 300 unidades, sumó un propósito solidario: la recolección de juguetes para el hospital pediátrico Juan Pablo II.
«Como había contacto con los chicos, mi hija que hizo su residencia en el pediátrico, pensamos en los chicos del Juan Pablo II. Entonces, empezamos a recaudar juguetes y llevarlos para poner en el Arbolito de Navidad, para que ellos reciban unos juguetes», explica con entusiasmo. Lo notable es que todo se mantiene bajo un estricto perfil bajo. La idea era servir y no publicar», sentencia con humildad.
Un legado de servicio, un acto de amor familiar que se expande
a la comunidad
Para la familia Barrios, la jornada del 8 de Diciembre es, por definición, un trabajo en equipo. Nietos, hijos y amigos se arremangan para cocinar y atender a todo aquel que se acerque. Para la familia Barrios, participar no es una opción, es una enseñanza de vida. «Siempre les hicimos participar para que también aprendan a servir y a colaborar. Siempre es en equipo», contó Martina.
A pesar de que algunos lo confunden con una campaña benéfica, Martina es tajante: esto es un acto de amor familiar extendido a la comunidad. No se exige nada, no se pide nada; es, simplemente, el eco de un milagro que ocurrió hace 27 años y que sigue alimentando a todo un barrio.
«¿Qué mejor que compartir?», se pregunta Martina. Y en esa pregunta reside la esencia de una tradición que demuestra que, a veces, la fe más grande se sirve en una servilleta de papel, en la vereda de una casa amiga.

