Los Valdés debieron ponerse firmes para evitar que las versiones acaparasen la escena rumbo al miércoles 10. Se terminaron las declaraciones de funcionarios respecto a sus posibilidades de continuar o no. Algunos que se despidieron, horas después, salieron a decir que están para jugar en el equipo de Juan Pablo. Los opositores intentan, con lupa en mano, observar alguna fisura en este cambio de mando que tiene a los hermanos planificando distintas variables de poder. Uno, en armar un equipo heterogéneo que sepa continuar con la inercia ya instalada de gestión. El otro, observando la potabilidad de ir a comandar el sello nacional de la UCR.
03-POLITICA-2Por Jaime Meza
Jefe de Redacción
El aire en los pasillos del poder correntino tiene, por estas horas, una densidad particular. No es la tensión clásica de un cambio de signo político ni el nerviosismo de un salto al vacío. Es, más bien, la ansiedad contenida de una tripulación que sabe que el capitán cambia, pero el barco y el rumbo deben seguir siendo los mismos, aunque con ajustes en la sala de máquinas.
La semana que se inicia es el preludio del «Día D», el miércoles 10, cuando se concrete un hecho político inédito en la historia reciente de la Provincia: el traspaso de mando entre los hermanos Valdés. Esta singularidad es, precisamente, lo que ha obligado a Gustavo (el saliente) y a Juan Pablo (el entrante) a ejecutar una maniobra de pinzas para ordenar la tropa y evitar que la «radio pasillo» se convierta en la banda sonora de la transición.
APLACAR
LOS RUMORES
La orden fue clara en las últimas horas, bajó por partida doble y tuvo un efecto inmediato: «hermetismo». Había que cortar de raíz la especulación. En los días previos, la ansiedad había traicionado a más de un funcionario de primeras, segundas y terceras líneas. Se vieron escenas casi de sainete político: algunos que se despedían emotivamente en forma elíptica en redes sociales o reuniones privadas, dando por cerrado su ciclo, para luego, horas más tarde -tras recibir algún llamado correctivo o leer con más atención el clima-, salir a aclarar que «están a disposición» para jugar en el equipo que viene.
Ese «disciplinamiento» fue necesario. Los Valdés entendieron que permitir que cada funcionario hiciera su propia jugada mediática no sólo desgastaba un escenario en pleno rearmado, y ofrecía un espectáculo de desorden que la marca Vamos Corrientes no se suele permitir. La lapicera, y los tiempos, los manejan ellos.
La ingeniería de Juan Pablo:
continuidad heterogénea
Mientras se acallan los ruidos externos, el verdadero trabajo sucede puertas adentro. Juan Pablo Valdés enfrenta el desafío más complejo de su carrera: no se trata de heredar una crisis, sino de heredar el éxito. Debe tomar las riendas de una gestión con una «inercia instalada», una maquinaria que funciona y tiene altos índices de aprobación.
Su reto no es «romper», sino realizar una «sintonía fina». El Intendente de Ituzaingó está abocado a la arquitectura de un Gabinete que le sea propio, pero que no reniegue del pasado inmediato. La búsqueda de un equipo «heterogéneo» sugiere la necesidad de contener a las distintas tribus del radicalismo y a los socios de la alianza, inyectando al mismo tiempo sangre nueva que responda directamente a su liderazgo. Es un equilibrio delicado entre lealtad a la estructura y renovación generacional.
La mirada nacional
Esta transición coreografiada al milímetro tiene otro espectador clave, además de la oposición local: la política nacional. Gustavo Valdés no se retira a cuarteles de invierno. Su gestión del traspaso ordenado es su principal carta de presentación para el objetivo mayor que otea en el horizonte: la Presidencia del Comité Nacional de la UCR. Un Corrientes ordenado es el trampolín necesario para discutir poder en Buenos Aires. Más allá de que aún no lo haya confirmado, su nombre es el que más consenso viene traccionando a escala país en las filas de los de Alem.
La lupa opositora
En la vereda de enfrente, la oposición aguarda agazapada. Hay justicialistas, kirchneristas, radicales díscolos y ex aliados. Con lupa en mano, como cirujanos buscando una infección, observan el proceso. Saben que no hay margen para grandes catástrofes, pero buscan la fisura, el gesto de incomodidad, el «herido» que deje el cierre de listas del Gabinete.
En una provincia donde el oficialismo ha construido una hegemonía casi irrefutable, cualquier pequeña grieta en el cambio de mando es, para los opositores, una oportunidad de oxígeno político.
Así se pudo palpar en las últimas horas, en las que desde la elección del nuevo Presidente del Superior Tribunal hasta el acto de inauguración de La Unidad sirvieron de excusas para deslizar algunas versiones relacionadas con chispazos internos. De todas formas, el contexto no colaboró para darles relevancia.
Se vienen horas de definiciones quirúrgicas, donde lo que se calla será tan importante como lo que se anuncie el próximo miércoles. Por lo menos, para «los contras».

